OPINIóN
Actualizado 15/08/2014
Juan Robles

No es la primera vez que en nuestra sección hablamos de África ni será la última. Gracias que alguna vez podamos prestar nuestra voz al continente olvidado. Es verdad que en esta última temporada, gracias a Dios, o por desgracia, lo hemos tenido muy presente. Nos lo han hecho bien presente el virus del ébola y el resurgir de las pateras. 

Pero África es mucho más que ébola y pateras. Es guerra, es violencia, es secuestro, es miseria para gran parte de la población?, pero también es juventud, riqueza material, humana y espiritual; es acogida, es fraternidad, es búsqueda, es sentido de familia, es religiosidad abundante y enraizada. 

Por eso es bueno que en estos días recordemos que, junto a las enfermedades infecciosas, como pueden ser el ébola, el sida, el tifus o la malaria, que proliferan por la falta de cuidados, o por la pobreza, falta de formación y miseria reinante, existe también la generosidad y la entrega de tantos misioneros y cooperantes, de gentes entregadas, que exponen su vida en silencio y con la máxima generosidad.  Tal es, entre otros muchos, el caso del padre Miguel Pajares y de sus hermanos y hermanas de religión, los hospitalarios y hospitalarias de San Juan de Dios, así como también de las hermanas concepcionistas y demás colaboradores del Hospital San José en Monrovia, Liberia. Por quedarnos sólo en los más conocidos y recordados en el pasado reciente. 

El hecho de que el ébola haya infectado y, en nuestro caso causado la muerte, de varios europeos o americanos ha contribuido a que fijáramos nuestra atención en esta sobresaliente realidad de África, que no es la única ni acaso la más importante, pero que descubre las necesidades y carencias de todo tipo: hospitalarias, económicas, formativas, de salud, etc., que caracterizan a África y que, a veces, causan muchas más muertes, y mucho más lamentables, que las del ébola que nos ocupa, como son las del hambre, la guerra, las violencias, la explotación, el tráfico de personas, etc. 

En este tipo de ambiente generalizado, se entiende que haya quienes, a toda costa y con el riesgo de sus propias vidas, quieran intentar el salto de las alhambradas de Ceuta y Melilla, o la exposición de un arriesgadísimo viaje en pateras de goma hechas para la expansión y el deporte  o el juego, pero no para travesías mayores por un estrecho de Gibraltar, siempre peligroso y amenazador. Otro de los fenómenos que atrae en estos días nuestra atención, por el número abultado de los inmigrantes y porque nos afecta más directamente, es la amenaza del cada vez más amplio asalto a nuestras tierras de bienestar y de Jauja, como muchas veces les mostramos desde nuestro consumismo desaforado, nuestros programas de televisión y de cine, nuestros viajes o cacerías de placer, o nuestra apariencia de riqueza y poder. 

Y lo grave es que estas noticias circunstanciales pasarán y nosotros volveremos a nuestras peleas políticas e ideológicas, que nos harán olvidar esas realidades sangrantes del África profunda y necesitada de desarrollo, democracia y libertad. ¿No podríamos hacer unos planes de cooperación y desarrollo más continuados y sistemáticos, y colaborar con unas normas y prácticas de comercio justo y libre que empiece por superar las barreras económicas y acabe por ir creando un espacio de fraternidad y de superación de fronteras y guetos de los países del bienestar?  ¿No podríamos hacer una aportación más generosa los individuos, sociedades y gobiernos que, junto a los numerosos misioneros católicos y de otras denominaciones religiosas, y junto a las organizaciones no gubernamentales, contribuyan a una superación eficaz de las limitaciones ancestrales que ha padecido siempre África y que hoy, si quisiéramos, podríamos fácilmente ayudar poco a poco a superar y olvidar por haber alcanzado cotas de bienestar similares a las occidentales? Ellos, los misioneros y voluntarios entregan sus vidas, su cariño y dedicación. Nosotros podríamos ofrecer un poco más de interés, conocimiento, simpatía y colaboración, personal y económica. Y alcanzaríamos una cierta satisfacción  por haber hecho por África algo más permanente y que verdaderamente merece la pena. 

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