Cuando estamos en un hospital, queremos que nos atiendan rápido, y además, que lo hagan bien. Suficiente tenemos con estar enfermos como para tener que soportar malas caras.
Un día cualquiera, en un arrebato de locura y fe, cometí un acto vandálico en la quinta planta del Hospital Universitario de Salamanca. Colgué este cartel cuando nadie me veía. Entre nervios y felicidad no encontraba por dónde cortar un trocito de celofán y además podrían pillarme con las manos en la masa.
Lo conseguí y me alejé corriendo, como si hubiera hecho algo malo. Cada mañana, cogía el ascensor a la cuarta planta para poder subir a pie a la quinta y entrar en la habitación con esa sonrisa sin prisas para regalársela a mi paciente favorito. El mensaje duró varios días. Quiero pensar que mucha gente pudo leerlo, allá cada cual con su libre interpretación. Siempre me quedaré con la duda de saber qué pasó con él. Quizás fue sepultado por un cartel del sindicato denunciando los recortes o simplemente a alguien le gustó y se lo llevó.
En ese momento sentí la necesidad de transmitir este mensaje que encaja con todo el personal sanitario. Vivimos en la sociedad de la prisa, donde a menudo se nos olvida hasta sonreír, dar gracias, pedir por favor o regular nuestro tono de voz para no parecer enfadados.
Como en todos los sitios, en los hospitales hay gente excepcional y otra que no lo es tanto. Tenemos que entender que tampoco podemos exigir lo mejor y rápido. Son muchas las personas que necesitan cuidados pero con una sonrisa siempre es mejor.
Feliz semana y... ¡A quererse mucho!