María Antonia Iglesias y yo nos vimos, por razón del cargo, que se dice en estos casos, en tres ocasiones. Alguna para intentar sonsacarme información, típica relación con las fuentes, otras directamente para pedirme una entrevista con algún cargo de la Conferencia Episcopal. A alguno, una vez concedida la entrevista, lo manipuló de arriba abajo, por cierto.
No éramos amigos, manteníamos una relación profesional, discrepante, casi siempre estimulante y también polemista, fuera de las cámaras, claro.
La última vez, en una comida larga, donde me dio un repaso en el buen sentido de la historia del periodismo en España y ejerció de maestra que quiere ilustrar al joven aprendiz, me conmovió en la despedida y me dijo "Yo me confieso mucho, sabes. Esta profesión nuestra es muy canalla. Isidro, reza por mí, reza siempre por mí, que lo necesito mucho". A lo que yo le cortésmente le respondí, que ella hiciera lo mismo por mí. Y se despidió con un sarcástico, "por ti y por la Conferencia Episcopal, que también los obispos lo necesitan mucho. No te vayas a creer que soy yo sola la que está necesitada de perdón".
Vamos a escuchar y a leer muchas cosas en estos días. Nunca, pero menos aún hoy, y menos aún para un católico, es tiempo de despellejar a nadie, ni como persona ni tan siquiera por el personaje que en muchas ocasiones interpretó. Es tiempo de rezar, que en efecto, como ella decía (por lo bajinis y en privado, pero lo decía), hay que rezar mucho porque andamos todos muy necesitados.
Se acabó la fatiga, se arrumbaron las trincheras. Descansa en paz, Mª Antonia.