OPINIóN
Actualizado 06/08/2014
Fernando Segovia

Hacía algún tiempo que no pasaba una jornada entera en Valladolid y ayer lo hice por causas de fuerza mayor y constaté lo que hace bastante tiempo presumía ya: hemos perdido la batalla con ellos. Aquel tradicional pique que mantuvimos a lo largo de años  (independientemente de lo deportivo, que también) lo hemos perdido definitivamente. Y me apena haberlo confirmado de una manera tan directa y clara.

Siempre supe desde bien joven sobre la rivalidad de lo salmantino con Pucela. Lo sufrí bastante en lo deportivo (aquello de pucelano el que no vote es, o unión de paletos, que lindamente nos obsequiaban ellos). También cuando visitaba a menudo su ciudad me parecía que nos iban ganando paulatinamente en casi todo. Pero ayer, claudiqué ya completamente, y me rendí ante la evidencia.


Valladolid es grande. Bastante ya. Tiene mucha vida. Movimiento en sus calles. Grandes avenidas y edificios con algo de modernidad y empaque. Buen comercio, muy pocos locales vacíos. Grandes inmuebles con banderas por cualquier barrio. Parques con más que suficiente y cuidado verde. Parkings bien situados para hacerte cómodo el acceso en coche hasta el centro. Un río bien recuperado y eje verde de la ciudad. Nada que ver con aquello que recordaba y veía antaño de vez en cuando. Grandes hospitales a pares. Es cierto que bastante menos monumental que nuestra ciudad, pero los monumentos que tienen muy bien cuidados y buscando que luzcan entre la modernidad. Una ciudad que no se paró y que sigue avanzando quizá demasiado a prisa.


Yo fui ayer a intentar arreglar complejos asuntos de papeles (cosas de la densa e impertinente burocracia, por desventura). Y por eso vi por muchos lados cosas interesantes de todo tipo y también enormes dependencias, imponentes, pulcras, con banderas grandes y limpias en las fachadas, con ingentes cantidades de funcionarios bien atildados, saliendo y entrando (y algún escaso usuario provinciano como yo con los papeles de la mano) y todo ese movimiento inequívoco que denotan las grandes capitales administrativas (aunque no lo sean oficialmente) y que tanta vida le dan. Al menos veintidós de esos inmuebles  llegué a contar. Y pensé luego con tristeza que eso era jugar con clarísima ventaja. Que nosotros, los otros provincianos (lo queramos o no), también contribuimos a su desarrollo irrefrenable. Una amplísima e irrecuperable ventaja para su suerte y desgracia nuestra. Cachís en los designios arbitrarios y las estúpidas burocracias.

 

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