OPINIóN
Actualizado 04/08/2014
Rubén Martín Vaquero

"El verdadero objeto de la Educación es engendrar la felicidad". William Godwing

Me dirijo a ustedes, señores asesores del Ministerio de Educación y Cultura, para agradecerles que mantengan la enseñanza de la religión en los centros en horario escolar e, incluso, que forme parte del currículo evaluable. La presencia en mi Instituto de un sacerdote de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana; de un rabino con la Torá bajo el brazo y rulos en la cabeza; de un pastor Evangélico que acerca "el Culto" a las aulas (realmente él no puede venir y envía a su encantadora mujer); de un imán o alfaquí del Islam con turbante y callo en la frente, y de dos pastores con traje gris, camisa blanca, corbata, sonrisa, cartera y acento norteamericano (todavía no he podido descubrir si son mormones, luteranos o testigos de Jehová). ¿Cómo decirles? Me emociona. Nunca creí que pudiera ver juntos y revueltos a católicos, infieles, paganos, protestantes y herejes sin que oliera a chamusquina. Por fin podremos gritarle al mundo que hemos apagado los tizones de la Inquisición.

 

También hay que valorar y tener en cuenta las benefactoras consecuencias de los muchos dioses sobre las mentes simples de los ateos. Aunque sea un efecto colateral. Los impíos tendrán que reconocer que la enseñanza religiosa estimula su imaginación y creatividad. Las horas lectivas que los alumnos católicos, musulmanes, judíos y de otras confesiones acuden a recibir las enseñanzas de sus respectivas religiones, los ateos se quedan en las clases con un simple profesor de Enseñanza Secundaria, que no puede impartir ningún tipo de contenidos porque sería, como es lógico, discriminar a los alumnos que están bebiendo de las palabras de sus hombres santos. Mas no piensen que los ateos en esa hora mística se aburren. ¡De ninguna manera! Yo les he visto traducir El Quijote al suahili, reinventar un polvo negro que le dicen pólvora o enzarzarse en la demostración de nuevos teoremas de Fermat.  

 

Por otra parte, como ustedes nos han bajado los sueldos y aumentado las horas de permanencia en los centros, ya no podemos viajar a países exóticos, y resulta gratificante poder intercambiar pensamientos y opiniones con gentes de culturas tan diversas y distantes. Sepan, que esas mañanas de noviembre que la niebla desdibuja los perfiles, me siento al brasero de la mesa camilla en la sala de profesores y al ver pasar a estos compañeros con sus turbantes, sotanas, kipás y chilabas coloristas, me imagino que estoy en la sede de la ONU en Nueva York. Nunca les agradeceré lo suficiente ese aire cosmopolita.

 

Nosotros no somos como esas naciones descreídas que han sacado a Dios de las aulas y le han prestado una tarde a la semana. La de los miércoles, creo, siempre que no sea fiesta nacional. Esos días los conserjes abren los institutos a las quince horas y ponen a disposición de las comunidades religiosas reconocidas en su país, todas las dependencias y medios tecnológicos que poseen los centros de Enseñanzas Medias. Aquellos que lo desean pueden asistir en un marco educativo a las clases de religión que imparten sacerdotes, rabinos, imanes o pastores. Ellos les conducen de la mano a conocer a sus respectivos dioses sin necesidad de aprobados y suspensos. Me han dicho que lo llaman "Miércoles de las religiones". No me gusta. Me parece frío, inhóspito y fuera de lugar. No se puede comparar con los religiosos de distintas confesiones llenando las salas de profesores de los centros, compitiendo con las Matemáticas, la Lengua Española o el Inglés. Ese revoltijo es el que nos enriquece y nos hace profundizar aún más en nuestra espiritualidad.

Amén.

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