OPINIóN
Actualizado 29/07/2014
Ascensión Iglesias Redondo

"Porque hay una historia que no está en la historia y que sólo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres?" (Rosa Montero).

Siempre han existido mujeres que se han rebelado, ninguna mujer llega sola, siempre han habido otras que han dado pasos antes; tenemos que entender la lucha de las asociaciones feministas como una carrera de relevos, si permitirnos un paso atrás.

El asociacionismo feminista difiere fundamentalmente de cualquier otra forma de manifestación asociativa, es el sentido de que no reivindica un derecho concreto, ni exige o reclama una conexión determinada, ni se limita a denunciar la perpetración de ésta o la otra injusticia, sino que lo que persiguen las asociaciones feministas , es nada más y nada menos que cambiar la sociedad como sistema, por cuanto el patriarcado que la rige es la expresión incorregible de la opresión masculina como poder determinante.

El objetivo de las asociaciones feministas desde sus orígenes ha sido llevar a cabo una transformación social radical, lo que significa romper los diques de contención que impiden a las mujeres alcanzar la ciudadanía en pie de igualdad con los hombres.

La gran dificultad para alcanzar este objetivo es que, no sólo significa aceptar el cambio en el discurso teórico, lo realmente importante es aceptarlo en el propio orden social establecido; y además consolidarlo. Es en el desarrollo de la teoría y práctica de la igualdad, donde nos tenemos que mover, para entender el porqué no hemos alcanzado el fin de la violencia de género.

Las asociaciones feministas han tenido además la tarea de desmentir el arraigado equívoco de normalizar el trato discriminatorio de las mujeres como mandato inexcusable de la naturaleza, ya que de ello dependía encontrar o no la raíz racional de la discriminación y la dominación de todo orden de los hombres sobre las mujeres. El concepto dominante de los roles diferenciados es lo que hace que aún hoy se mantenga constante la desigualdad y por tanto la violencia de género como exponente máximo de esa desigualdad, a pesar de los cambios y las reformas.

Me gustaría terminar haciendo un reconocimiento a todas las mujeres, que desde la más absoluta generosidad, desde su compromiso personal y sin esperar nada a cambio, sólo la mejora colectiva de la vida de las mujeres, pusieron su granito de arena para que eso fuera y aún sea posible.

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