Los Estados Unidos de América, de la que se decía que era la democracia más avanzada y la nación más poderosa del mundo, anda de capa caída, de mal en peor y no da una a derechas en el concierto internacional, nos ha acostumbrado a un fracaso detrás de otro y a meterse en conflictos que siempre acaban de la misma manera: con una guerra civil en el país donde interviene. Y como ejemplo Irak, sumida en el caos, con decenas de muertos en atentados un día sí y al otro también. Una nación destrozada desde que un buen día, después de desayunar, a un presidente americano de infausto recuerdo se le ocurrió meterse en camisas de once varas y mandó guerrear por pozos de petróleo.
Asistimos ahora a otro conflicto, el de Oriente Medio, en el que nuevamente volverán a meter la pata. Y esto por una sola razón, desde el principio los americanos han tomado partido por los israelitas y el pueblo palestino les importa un bledo, algo que este que junta letras de cuando en vez no llegará nunca a entender. Y me da la impresión de que al resto de los países europeos les sucede lo mismo, también han tomado partido y el dolor, la sangre y la destrucción no tienen importancia.
Cuando se produce un conflicto en cualquier lugar del mundo, ninguna otra cuestión debería de importarnos por encima de la muerte de un ser humano, de inocentes, de niños. Las imágenes dantescas que a cuenta gotas nos ofrece la televisión, ya no me dan que pensar porque he llegado al convencimiento de que la humanidad es insensible al dolor ajeno y que gana siempre el poderoso, aunque la razón no le asista. Y de la misma manera, tengo el convencimiento de que los organismos internacionales para lo único que han servido a lo largo de los años ha sido para juntarse unos y otros en interminables reuniones, en asambleas permanentes, en viajes de acá para allá sin resultado alguno. Nadie de estos 'importantes personajes' es capaz de acabar con la sangría de muertes y dudo mucho que les importe algo, a ellos no les afecta.