Peñafiel es un barco de piedra que navega sobre viñedos criados entre dos aguas. El Duero y el Duratón flanquean su castillo convertido en museo del vino. Un coso en forma de plaza con piso de arena, un viejo molino donde sirven café encima mismo de una de las hoces del río castellano. Los lechazos de churras amamantadas en una tierra dura, áspera, austera y generosa se doran en manteca y perfuman las calles medievales salpicadas de asadores. Las bodegas, santuarios que elaboran el néctar de la verdad, requieren cita previa para los devotos de su ambrosía. En Pesquera una robusta, rubia y achaparrada joven alemana narra su procedencia polaca mientras ofrece un reserva especial a precio razonable y dos tintos sin denominación elaborados con uva zamorana.
Los viñedos de Pago de Carraovejas están completamente limpios, a resguardo de los vientos del norte, con su bodega en obras y un frío soleado que invita a probar los caldos de la última cosecha. No hay manera, sólo se pueden adquirir crianzas, reservas y partidas especiales de una uva elaborada cuyo sabor jamás se olvida.
En Protos el despacho de su bodega se abre al peregrino del vino con generosidad. La cueva en la que está excavada, al pie del castillo construido por la familia Girón, ofrece un aspecto tentador. Pellejos antiguos, ruedas de carro, una prensa con solera y el olor inconfundible de la uva elaborada, de los vinos embotellados, de la buena mesa y la cepa de la amistad recién podada en la hibernación del frío que produce la distancia.
Pasear por Peñafiel bien merece una copa fina de cristal invisible que concentre los sentidos en su más preciado tesoro, el vino de la Ribera del Duero.
Apagar el móvil, olvidar el portátil, desaparecer entre semana y sumergirse en los placeres de la buena conversación regada con tintos de la tierra comunera es un lujo para los que se rebelan contra la tiranía de la vida digital.
El jueves anduve por Peñafiel con dos amigos. Ayer compré unas copas de vino para brindar con los que aman la vida y sus placeres naturales.
Este año tampoco me compraré la pleiesteision.
19 de enero de 2004