OPINIóN
Actualizado 27/07/2014
Paco Blanco Prieto

La incompetencia de los fulanistas es proporcional a su adhesión al cabecilla para lograr la carrera política que ambicionan, ante la imposibilidad de buscar acomodo profesional en la sociedad, por sus escasos méritos personales.

El fulanismo es una enfermedad que afecta especialmente a las meninges políticas, producida por el desmedido interés de los pacientes que la sufren en inclinar la cabeza para llevarse lo que puedan, aplaudiendo las ocurrencias del padrino, por disparatadas, incoherente y extrafalarias que estas sean.

Semejante trastorno provoca en los adherentes una confusión mental generadora de falsas lealtades personales y adhesiones ideológicas, con el objetivo final de arañar algo de poder y dinero, aunque muchos se dejen pelos en la gatera, si las urnas cierran sus puertas al patrón que los bendice con promesas de favores.

El área geopolítica de influencia del fulanismo es muy amplio, contaminando con su hedor ámbitos provinciales y nacionales, pues su capacidad de adaptación al medio es asombrosa y está en relación directa a la incompetencia personal de los sujetos que sufren esta patología, pues la inseguridad que demuestran en el futuro profesional es proporcional a su adhesión al cabecilla para lograr la carrera política que ambicionan, ante la imposibilidad de buscar acomodo profesional en la sociedad, por sus escasos méritos personales.

El número de familias fulanistas es diverso, de versátil condición, limitado alcance y está reducido a grupos concretos formados por quienes algo esperan de sus aplausos al jefe, sumándose a ellos los que confunden la ideología con el personaje en un alarde de incapacidad mental digno del sillón freudiano que les ayude a distinguir sujeto e idea, ambos contaminados por turbios intereses de los palmeros.

Baste observar que sólo pueden capitanear el fulanismo aquellos políticos con aparente futuro que llevan tras de sí la orquesta polifonilítica de aspirantes al bastón de mando, aunque algunos tengan que contentarse con una simple vara de mimbre que se dobla al mínimo soplo del viento electoral.

Por eso, hemos contemplado felipismos, guerrismos, aznarismos y zapaterismos de diverso pelaje, y seguimos padeciendo rajoysmos, rubalcabismos, - bueno, no, rubalcabismo, ya no - y otros fulanismos de personas que se declaran públicamente adicto-dependientes a cualquier fulano de turno que pueda apadrinarlos. 

Manifestarse políticamente fulanista nada dice a favor de quien sustenta esa actitud, porque el servicio hay que darlo a la comunidad que se representa y no a quienes confeccionan las listas electorales. Por eso, los comportamientos de los fulanistas en sus actuaciones públicas avergüenzan al personal que los ve con los pantalones caídos hasta los tobillos haciendo reverencias al patrón, en un alarde despreciable de sumisión que hace pensar en futuras prepotencias que compensen tanta humillación, cuando los fulanismos salgan por la ventana arrastrando con ellos serviles adhesiones falsamente incondicionales. 

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