Hay sectores donde la crisis está generando situaciones no sólo injustas o absurdas sino de juzgado de guardia. Valgan como muestra dos casos del ámbito sanitario. Hay zonas de salud donde el vehículo de servicio que se utiliza no ha pasado la ITV porque ha desaparecido la partida presupuestaria correspondiente. Movilizados por su celo profesional, los sanitarios continúan utilizando el vehículo hasta que tienen un accidente porque las ruedas no están en condiciones, no llevan la pegatina correspondiente y, de rebote, la guardia civil impone la sanción al conductor, no al correspondiente servicio de salud.
Segundo caso: paciente de 80 años con cáncer de mama diagnosticado que se había desplazado al hospital de referencia que se encuentra a 60 kilómetros de su domicilio, con escasa formación y recursos. Después de las primeras analíticas se le da el alta un domingo y se le concede cita para el día siguiente a las 11 de la mañana. La gerencia exige alta inmediata con independencia de las circunstancias sociales de la paciente. Aunque había habitaciones en planta, las órdenes del gerente son inapelables. Ni sentido común, ni principio de caridad, ni circunstancias socio-familiares, las leyes de austeridad gerencial son incuestionables: racionalizar, maximizar, minimizar, optimizar.
A estos casos se podrían añadir otros tantos que cada lector podría aportar para señalar el mal uso de la austeridad en la gestión de los recursos públicos. El hecho de que antes de la crisis muchos gestores y ciudadanos aplicaran el irresponsable principio de barra libre (vulgarmente conocido como disparar con pólvora de rey), con el consiguiente abuso intolerable que ahora descubrimos, no justifica ahora la aplicación de políticas de austeridad sin el mínimo fundamento de moral pública. La irresponsabilidad con la que antes se gestionaban los recursos vuelve a emerger de nuevo con el olvido de una meta básica en estos servicios: "ante todo, no dañar".
Estamos asistiendo a casos de mala gestión donde el principio de austeridad se aplica al margen de unos mínimos criterios de justicia social en la atención sanitaria. Aunque la austeridad tenga la cara amable de una virtud que facilita la sencillez y la sobriedad, cuando se aplica mal al ámbito sanitario presenta una cara perversa porque a largo plazo se incrementan los costes, las listas de espera, los índices de mortalidad y la desconfianza en los servicios públicos. Mal gestionada, la austeridad mata.