OPINIóN
Actualizado 23/07/2014
José Amador Martín

Escribir es una indagación que abarca todo nuestro ser, no sólo nuestra parte racional o intelectiva sino también la sensibilidad y la percepción más sutiles. Una incitación a la reflexión a partir del mundo sensible: tanto de los fenómenos de la naturaleza como de las creaciones del hombre. Desde el punto de vista del proceso de indagación, quizás también hay que aprender a mirar la realidad como símbolo de una realidad menos evidente a primera vista, como un símbolo que nos libere de los conceptos y nos permita captar lo más inefable y misterioso.

 

Las alegrías de la vida te desbordan. El dolor y la pérdida te superan y  hunden. El tedio y la monotonía pueden resultar aniquiladores. Cuando escribo, estoy fuera de esa realidad. He entrado en otra donde sí es posible buscar un sentido, incluso vislumbrarlo. La soledad, que tantas veces se ha hecho insoportable, se hace ligera y deseable. El estado perfecto. En la vida, el dolor ahoga y la risa es efímera. En el texto, se produce una transformación que la inteligencia no puede explicar. Nos sumergimos en el dolor sin llegar a morir, conquistamos la distancia. Observamos, podemos escoger, emocionarnos, aventurarnos. La incertidumbre de lo escrito resulta más segura que las certezas de la vida. La palabra se hace enteramente nuestra.

 

 

POEMA

 

  pero no

yo mismo escribo

siento

me muevo

y hasta sueño en círculos concéntricos

proyectada la sombra al dolor de la tarde

muero un poco contando los abismos

por donde van mis años

 

   pero no

no son las piedras las paredes

sombras ni la ventana es tibio

saludo donde el silencio crezca

 

   el cuarto está vacío

la pared de ladrillos se resiste

oigo sólo el espíritu batiente

de un pensamiento encuadernado

entre las páginas de un libro.

 

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