OPINIóN
Actualizado 20/07/2014
Maguilio TAVIRA

Aún no apagados del todo los fragores del Mundial quedan en la retina y en el recuerdo, frescas todavía, imágenes e impresiones que mueven a la reflexión o, mejor dicho, que deberían mover a la reflexión. Y lo más llamativo, tal vez, sea esa ausencia de reflexión en las instancias que uno esperaba que la fuera a haber, que uno deseaba que la hubiera habido.

Seguramente sea esa paradoja ?la absoluta ausencia de la menor reflexión- lo que lleva a este modesto columnista a plantear la suya propia.

En este recién extinto Mundial de Brasil '14 hemos visto que el anfitrión, obligado a la ejemplaridad por su papel de organizador, comenzó desde el principio a beneficiarse de decisiones arbitrales más que discutibles; que forajidos a los que cuesta llamar deportistas, si bien recibían sanciones institucionales ?demasiado tibias para mi gusto por más que la mayoría las haya tildado de ejemplares- veían recompensado su carnívoro desempeño profesional con la invitación para integrar la plantilla de alguno de los mejores equipos del mundo; que alguno de los más temibles jugadores ?en teoría- puede ser expulsado a rodillazos de la competición sin que el agresor reciba el menor reproche de los órganos encargados de velar por la limpieza lúdica y la deportividad; que se puede sacudir un puñetazo a un rival, adrede, hasta hacerle sangrar, sin que pase nada, (literalmente: el juego ni llegó a pararse mientras le suturaban la herida al alemán de apellido impronunciable).

En resumen, se percibió ?tanto más subliminalmente cuanto embebido estuviera el espectador en el circo- se proyectó el mensaje de que era posible hacer trampas para ganar o agredir a los otros para progresar.
Todo eso ?y más- puede suceder ?sucedió de hecho- y se proyectó con la extraordinaria potencia y los gigantescos recursos de un Mundial de Fútbol ante cientos de millones de espectadores, los cuales, acabarán considerando como normal algo que, evidentemente, no lo es, pero que, a base de suceder frecuentemente sin que tenga consecuencias y sin que nadie lo censure, termina creyéndose normal. De tal forma, acabamos confundiendo (fundiendo con, fusionando en uno) conceptos diferentes que designan realidades distintas y de ese modo, terminamos por creer que frecuente y normal equivalen, cuando no es así, porque frecuente ?lo que sucede con frecuencia- no puede ser lo mismo que normal ?que es lo que debería suceder siempre (por ser lo normado, lo reglado)-.

Nadie debería subestimar el poder del lenguaje para modificar realidades a base de modificar los usos conceptuales. Pero eso es harina de otro costal, o materia para otro artículo.

Bástenos ahora para constatar que esa nociva didáctica del fútbol está impregnando y contaminando otros ámbitos sociales y estamos por ese rumbo arribando al indeseable puerto de comenzar a ver como normales comportamientos claramente delictivos y a creer que las trampas y las agresiones ?los medios ilícitos en suma- son perfectamente válidos ?normales- para prosperar en la vida y que, además, a tenor de los ejemplos vistos, van a permanecer completamente impunes y al abrigo de cualquier reproche social o institucional.
Si triunfas te aceptaremos; da igual cómo lo hayas conseguido.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >¿Vale tudo?