Hay ocasiones en las que las huellas se borran, se pierden en el camino. No lo queremos, pero es así, y más vale ser humildes para reconocer que lo de pisar fuerte, suave, constante o intermitente, no depende en última instancia de nosotros.
Los meses finales de curso son complicados. No siempre se puede conciliar vida laboral, familiar y vida bloguera. Muchos peregrinos me habéis pinchado, preguntado por la ausencia. Exceso de trabajo, nada más (y nada menos).
Aquí estoy de nuevo. Recién regresado del Monasterio de la Vid, rincón premostratense, hoy agustino, donde el alma descansa entre parras y otros milagros de la tierra. Viene bien el hollar lagares, en palabras de san Agustín: "el alma desordenada lleva en su culpa la pena". Conviene poner orden, echar las penas fuera, comer del mejor pan y beber del mejor vino.
Fue un viaje relámpago para dar una conferencia a la buena gente de la diócesis de Toledo, que con sus obispos a la cabeza, andan estos días por allí, ordenando el alma, reciclando y preparando el curso que se avecina, echando las penas fuera, mirando a ver cómo se puede rendir cuenta y dar cuenta a todos, sin distinción, de la alegría del Evangelio. Un viaje corto, pero fecundo, como parra, como la mujer del Salmo.
Nos dimos un paseo y pensé que, ya puestos, era el momento de retomar las huellas y de volver a caminar por estos páramos. ¿Alguno más se suma? Si está cansado, mejor. También era san Agustín el que decía aquello de que "si alguien necesita una mano, que recuerde que yo tengo dos".