OPINIóN
Actualizado 16/07/2014
Manuel Alcántara

El relato es un término viejo que, sin embargo, ha cobrado actualidad en la última década en un contexto nuevo y con un significado instrumental. Los teóricos de la comunicación política nos han enseñado la importancia que tiene, dicen, el hecho de que los políticos se dirijan a todos nosotros con "un relato". Que lo que nos tienen que decir sea en un discurso o en una entrevista se estructure en torno a una historia que nos diga algo. Mensajes insertos en un fluir de palabras que nos embelesen e intenten hacer más amigable el contenido para el conocimiento y la movilización. El "storytelling" es un arte, un fin en sí mismo que llega a ser más que el instrumento imprescindible dador de credibilidad al programa, más aun, al propio líder. Quienes escriben discursos para políticos lo saben y también que su anonimato es la garantía del éxito de su quehacer.

Son técnicas discursivas que se centran en la tradición oral de la humanidad. Arracimada en torno a la hoguera, la tribu escucha sin parpadear la leyenda transmitida de generación en generación que explica los mitos constitutivos que dan sentido a su existencia, así como las energías que hay que almacenar para confrontar los retos que acechan a la intemperie, al día siguiente. Adornados de metáforas que hacen más comprensible la historia, edulcorándola para evitar el dolor, iluminar un mañana que se desea promisorio, comprometer la unidad inquebrantable del grupo. La fábula evoca ensoñaciones a la vez que prefigura el devenir deseado, identifica nuestros miedos, nos confiere una identidad prestada que terminamos por considerar permanente. Sin el recuento del pasado, sin la reinvención de la historia no hay futuro que valga.

Con el transcurso del tiempo la razón se abre paso lentamente intentado organizar la convivencia en un bosque de emociones donde los traspiés son frecuentes. Escuchamos lo que nos convence aunque previamente filtramos lo que nos llega de nuestro interlocutor en función de su lenguaje corporal, del tono de su voz, de su apariencia. De nuevo el relato cobra fuerza ahora manipulado por propósitos menos cabalísticos y más concienzudos, mejor elaborados. Pero la ficción sigue permaneciendo, se constituye en el libreto de nuestra vida, un argumento preñado de dobles sentidos, de personajes promiscuos que entran y salen, de ardides supuestamente lógicos. Un hiato necesario para confrontar el conflicto, saldar el horro, mitigar la soledad.

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