Escribo este artículo pensando en mi amigo Rodolfo Di Pietro Elizaran, tan vasco como argentino, y en el disgusto que se llevó en la final de Brasil. Pero sólo lo lamento por él. Como aficionado acérrimo, me parece que la victoria de Alemania beneficia al fútbol. Además, han quedado al descubierto algunos de los cambalaches e incongruencias de la FIFA, una organización sin ánimo de lucro que mueve uno de los negocios más lucrativos del planeta. La designación, sobornos mediante, del horno de Qatar como sede del mundial 2022 es una de sus más sonoras tropelías. Premiar a Messi como mejor jugador del Mundial 2014, la más reciente y casi igual de absurda.
Como figura mediática que rebasa el ámbito deportivo, hay admiradores y detractores de Lionel Messi hasta en aspectos tocantes a su personalidad. Resulta inevitable. Las idolatrías se fraguan precisamente en el crescendo de una aureola a partir de alguna cualidad que hace sobresalir a un personaje. Ocurre en el deporte y en cualquier otra actividad de proyección pública. Marilyn Monroe, Manolete, Picasso o Mikel Jackson fueron muy buenos en lo suyo y terminaron convirtiéndose en el imaginario popular en fenómenos irrepetibles.
Obviaré los aspectos relativos a la personalidad y a la promoción comercial de Messi para señalar sólo cuatro factores relativos al juego que, a mi juicio, han contribuido decisivamente a su cotización. El primero, su extraordinaria capacidad para el regate. En eso sí es el mejor del planeta. Cuando le llega la pelota cerca del área, la convierte en la bolita de la ruleta que gira y da quiebros y saltitos mientras el resto del terreno de juego se convierte en un tapete de casino hasta que acaba cayendo, con frecuencia, en blaugrana, impar y pasa. El segundo, la puesta a su disposición de todo un equipo, el Barça, en particular los excelentes Xavi e Iniesta.
Un tercer punto es que la condición de leyenda levanta a su alrededor un escudo invisible que le concede ventaja frente los adversarios. Damos por supuesto que vivimos en una cultura democrática y laica, pero conservamos atavismos y tabúes ancestrales que siguen influyendo en el subconsciente. Por ejemplo, el de la profanación; Messi es "un dios", "el mesías". Se considera infinitamente más grave el magnicidio que el homicidio de un individuo común y corriente; y de Messi dicen sus seguidores que es "el más grande", "el mejor del mundo", "el número uno". Creo que estos detalles explican por qué muchos defensas zancadillean menos al jugador rosareño que a cualquier otro. Durante un partido Barça-Madrid el comentarista de una televisión argentina dijo una frase genial: "El Barcelona es arrollador con los equipos que le admiran... y le miran".
El cuarto factor que ayuda a su incuestionable eficacia goleadora es una astuta administración del esfuerzo. Últimamente, desde que comenzó el bajón físico, se le acusa de ir por el campo andado... Lo ha hecho siempre. Solía correr poco. Así, en los tramos finales, cuando los demás están fundidos, él podía imponerse en la carrera y plantarse con ventaja ante la meta contraria.
He visto jugar (por la tele a casi todos, claro) a Maradona, Cruyff, Platini, Ronaldo el gordo y Ronaldinho el flaco, Raúl, Zidane, Julen Guerrero, Etoo, Iniesta, Xavi, Lewandowski, Rooney, Silva, Robben, Cristiano, Falcao, Shaqiri, Deulofeu, Oliver, James Rodríguez, Kroos, De Bruyne... y me gusta más el juego de cualquiera de ellos que el de Messi. Voy a decir un sacrilegio: incluso el de Clemente, sí el insolente y tocapelotas Javier Clemente del Athletic de Bilbao, posiblemente el mejor interior zurdo de nuestra Liga hasta que se truncó por lesión. Sé que mi irreverencia molestará a más de un fanático, pero no suelo coincidir con las opiniones de la mayoría. Hace años que vengo diciendo que las alineaciones de algunos equipos punteros las hacen las empresas patrocinadoras. Para mí, es el caso actual de Messi... y de la España de Vicente del Bosque.
(En las fotografías, tres etapas de mi hijo Santi en el fútbol. Es el de la izquierda, perseguido por los defensas)