Las deserciones se ceban con nuestra tertulia en el bar de Emilio, preludio de lo que ocurrirá en agosto donde nos encontraremos sólo Emilio y yo. Emilio no cerrará este año por vacaciones. Le aterra la idea de que los parroquianos busquen acomodo en otro garito y una pérdida de clientes que se sume a las bajas forzadas por la precariedad económica de sus fieles, le daría la puntilla y le obligaría a colgar el cartel de "se traspasa".
Aurora ríe invitándonos a pensar en que los aspirantes socialistas nos han mostrado todo lo que tenían que demostrarnos: que la izquierda pierde peso en el partido, que los innovadores inventan más bien poco, y que el aparato sigue siendo el aparato, lo camuflen como andalucismo y lo disfracen como favorito de Ferraz.
Aurora dice que le apena el eterno giro hacia el centro derecha que experimentan los que antaño se decían socialistas y se alegra de que, gracias a su torpeza, el electorado les esté regalando indiferencia.
Emilio, el camarero, dice que el PSOE hace lo único que puede hacer: adaptarse a la economía global y alejarse de los esquemas cubano o venezolano.
Yo, que me he mantenido en silencio, me río porque nunca he sido castrista y Maduro me cae fatal? Yo, decía, me río. Me río porque sé que a la izquierda del PSOE hay muchos mundos. Me río porque sé que es simplista reducir la izquierda a las dictaduras americanas. Me río, porque tengo la impresión de que Rajoy tiene mucho más de Maduro de lo que nos pensamos, con la salvedad de que el de Venezuela lo hace por ideología y la dictadura de nuestra democracia se mueve por economía.
¿O acaso no es dictadura que las gentes pierdan su vivienda en beneficio de los bancos, que los niños no tengan nada para comer, que las mujeres no encuentren trabajo? ¿No es dictadura que se legisle para favorecer a cuatro en detrimento de cuarenta millones?
Y los de Ferraz, enzarzados en disputas domésticas, sin aterrizar en el mundo del 2014. Pobre PSOE. Pobre es, pero muy pobre, el socialismo español.