Eso pregunto yo. ¿Alguien al otro lado? Sí, ahí, ahí. Al otro lado de mi escrito. Sé de alguno (pocos), pero quisiera saber si hay alguno más. Es que si no, eso de escribir semanalmente y no ser leído, tiene tela. Llevo ya unas cuarenta semanas dale que te pego puntualmente al ordenador, y poco sé de la repercusión de esto que hago para los demás (en la más pura teoría de la comunicación escrita).
Sé de algunos, cuyos nombres puedo dar, que me siguen y me lo dicen de palabra. Y no sólo me dicen que me leen, sino que hasta me dicen qué opino en mis comentarios semanales. Eso como prueba. Y, claro, les creo. Otros que me han dicho que alguna vez me leyeron. Entre los más fieles al seguimiento quiero aquí citar a Andrés, Elvira, Antonio, Arina y alguno más que seguramente olvido (¡qué cabeza la mía, señor¡). Entre los fijos discontinuos (más discontinuos que fijos), pues Miguel, Isabel, Rosa, José, Lucía, Fernando. No hay muchos más. Pero en la confianza de que haya alguno que otro me dirijo de este modo a los que han estado ahí, al otro lado, en estos aproximadamente cuarenta artículos (que ya tiene mérito el asunto). Sé que pueda ser una petición de antemano desatendida (las pegas de entrar, registrarse, escribir y todo eso), o que pueda no haber realmente alguien, que es bastante peor el caso. Pero, a pesar de todo, aquí me siguen teniendo, inquebrantable, sin desaliento, disciplinado, al servicio de la causa desde el día primero, para lo que gusten mandar (que se decía antes).
En fin, que si gustan, si les place, si lo tienen a bien y no les resultase molesto, no pido ya un aplauso (aunque mal no estaría, como hacen los cómicos después de su trabajo), sino una constancia de que alguien existe al otro lado del escrito de cada semana. Digan que me leyeron. O miéntanme piadosamente. Sólo eso, y yo, tan contento. Gracias, mil gracias, de todos modos.