Avanzando ya claramente por el siglo XXI, tratar de explicar cómo ha ido evolucionando el servicio militar de los españoles a través de la historia, no es tarea sencilla. Para los mayores de 40 años, porque sirvieron en un Ejército muy distinto del actual; y para los menores de esa edad, porque el servicio militar ya ha sufrido tantas modificaciones, y lo ha hecho de forma tan continuada, que difícilmente conocerían cuál es la verdadera situación actual.
Lo que sí está bastante claro es que, salvo excepciones, los países con mayor tradición democrática han suprimido el servicio militar obligatorio y establecido una modalidad ?con algunas variantes- de ejército profesional.
Fue bien entrado el siglo XVIII, en el reinado de Carlos III, cuando se estableció en España el reclutamiento entre los mozos útiles. Ahí aparece la palabra "quinto" ?el mozo que se elige por sorteo de cada cinco-, y el conjunto de los "agraciados" formaba la "quinta" de ese año. Con la Constitución de 1812 se establece el reemplazo para todos, aunque también aparecían regiones que quedaban excluidas (Cataluña, País Vasco y Navarra). Desde entonces se ha legislado para conseguir el cupo necesario de varones útiles que cubran todas las necesidades de los planes nacionales de defensa.
Hasta nuestra guerra civil el sistema perduró con algunas particularidades que lo hacían alejarse del principio de igualdad. La posibilidad de evadir la obligación de acudir a filas mediante el intercambio con otro mozo, o la facilidad de elegir el destino abonando una "cuota" compensatoria, era una forma de amparar legalmente la injusticia y cargar esa responsabilidad en las clases menos pudientes.
Ha existido otra razón de peso para que las naciones supriman el servicio militar obligatorio: el desfase entre el cupo de varones útiles de cada reemplazo y las necesidades reales de los planes de defensa. En muchos casos esas necesidades se veían desbordadas por el número de hombres disponibles. Seguir con el servicio militar obligatorio traería consigo la imposibilidad de elegir solamente el personal necesario sin cometer injusticias. En España pasamos por una situación intermedia. Una vez fijado el contingente anual necesario, el resto del reemplazo se declaraba "excedente de cupo". Es cierto que la suerte de un bombo determinaba qué mozos resultaban excluidos del servicio militar, pero no dejaba de ser el azar el que establecía la desigualdad entre personas con iguales derechos y obligaciones.
Ya hemos insistido en que las especiales características de los conflictos bélicos actuales y la evolución del armamento permiten cubrir todas las necesidades con menos personal que antes. Así se ha llegado a la situación actual de dotar al ejército de soldados profesionales, con la posibilidad de que la mujer pueda formar parte de las FAS en cualquier nivel. El modelo actual tiene ventajas e inconvenientes. Entre las ventajas, la primera es la posibilidad de selección entre los aspirantes. Para que esta selección sea eficaz, lo primordial es que el número de aspirantes sea elevado. Lógicamente se aumentará ese número cuando las expectativas económicas y de promoción interna sean interesantes. La realidad es que, durante la etapa transcurrida desde que España adoptó el sistema actual, el número de aspirantes a soldado profesional ha variado sensiblemente, fruto de la situación económica de cada momento. Se ha pasado de periodos en los que se llegó a diez aspirantes por plaza, a otros en los que difícilmente se podían cubrir las plazas. Para paliar esta escasez se aprobó la posibilidad de admitir personal de algunos países hispanoamericanos ?alguno de los cuales dio su vida sirviendo bajo nuestra bandera-.
Las situaciones de penuria nunca son buenas consejeras y, aunque los Cuadros de Mando acuden a las FAS por vocación, se supone que la tropa profesional busca una forma de solucionar su situación particular. Si lo que les ofrece el Ejército, tanto en el aspecto económico como en el profesional, es lo suficientemente convincente, se estará en condiciones de seleccionar a los aspirantes entre los más idóneos. Pero esta situación deseable obliga al Gobierno a dotar a sus FAS con un presupuesto que, en la actualidad, dista mucho de esa realidad; entre otras razones, porque las misiones de paz en el extranjero consumen ya una parte muy importante de ese presupuesto. En el extremo opuesto, cuando la oferta es menos atrayente, la selección debe hacerse con menos exigencias, el nivel cultural es más bajo y el grado de satisfacción es menor.
Los Gobiernos procuran establecer un equilibrio entre la entidad de las FAS que consideran convenientes y la realidad económica y estratégica de cada nación. No siempre es fácil llegar a ese equilibrio, máxime cuando parece que, en la actualidad, lo verdaderamente progresista es reducir esas FAS a la mínima expresión, alegando como razón que ya vendrá alguien a "sacarnos las castañas del fuego", situación que cada vez dista más de la realidad.