OPINIóN
Actualizado 07/07/2014
Antonio Matilla

Reconozco mi fracaso: a un conocido ?no amigo, porque no se deja ser; o tal vez es que no puede dejarse- le han detenido en un aeropuerto extranjero mientras intentaba traer a España cierta cantidad de droga; a la espera de juicio, le esperan largos años de cárcel. Después de intentar ayudarle durante algunos años -menos de los que le aguardan en prisión-, su vida se ha convertido en la crónica de un fracaso anunciado, o sea, una prueba para la esperanza que, como ya adivinó un judío del Siglo I, autor de la epístola a los Romanos, tal vez porque lo había experimentado en carne propia, consiste en creer y esperar contra toda esperanza (véase el capítulo 4º, versículo 18 en su contexto).

Ayudar a una persona largo tiempo drogodependiente es un acto de caridad; no porque uno quiera amar mucho al prójimo como Cristo nos mandó, sino porque algunos drogodependientes tienen el alma tan deteriorada, tan incapaz de agradecimiento y de dar una respuesta constructiva, que no dejan más alternativa que el amor gratuito, que no espera recompensa y, aunque la esperara, sabe que la probabilidad estadística de alcanzarla tiende a cero.

La cultura de nuestra época diría que al que no se deja ayudar no hay que ayudarle e, incluso, vería la ayuda como una intromisión injustificable en la libertad del otro. Pero sucede que la caridad tiene autonomía de funcionamiento; aunque no pueda ejercerse porque el otro no la acepta, o tal vez quisiera aceptarla pero no puede porque su libertad está tan condicionada que ya no vive él (o ella), sino que es 'el caballo' o 'la nieve' quienes viven en él, la caridad sigue empujando el motor, aunque éste no logre, de momento, engranar la transmisión. De este modo la caridad ?el amor gratuito, religioso o laico- se convierte en el único nexo entre la libertad pervertida por la droga y la libertad verdadera. La caridad parece estar condenada a fracasar; pero debe tener una raíz muy resistente, tal vez en Dios mismo ?que puede existir o no, pero la caridad sí que existe- porque rebrota una y otra vez.

Algunos han pretendido oponer la justicia a la caridad. En el caso de los drogodependientes justicia suena a marginación, cárcel, muerte anticipada, ley razonable que protege a la sociedad; pero la caridad ?el corazón, que diría Pascal- tiene razones y leyes que la razón y la ley no conocen.

No hay fracaso en punto a caridad, o es un fracaso diferido al tiempo final, a la escatología, que no tiene nada que ver con la mierda, sino con la mierda en que hemos convertido a este nuestro mundo, droga incluida, y que será, ya lo está siendo, definitivamente transformada por el amor. Infinita paciencia de Dios.

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