OPINIóN
Actualizado 01/07/2014
José Javier Muñoz

Si me parece acertada la idea de comparar la sensación eufórica de marcar un gol con el orgasmo es porque la he sentido, y eso que no he pasado de practicar el fútbol como mero aficionado.

La mayoría de los nacidos en Bilbao deseamos en algún momento de nuestra vida estas dos cosas: ser acaudalados (en eso coincidimos con los nacidos en Nueva Delhi, Varsovia y Calvarrasa de Abajo) y jugar en el Athletic. Es muy difícil lograr cualquiera de esas dos aspiraciones, pero la segunda tiene paliativos: practicar el fútbol por afición y ver jugar a tu equipo. Lo de ser multimillonario, en cambio, no se puede sustituir por el ejercitar el derroche de forma amateur ni por la contemplación de los potentados.

El primer partido al que asistí en San Mamés fue un amistoso nocturno internacional a comienzos de los sesenta. Por la vieja catedral pasaron algunos de los mejores equipos de la historia, incluida la multicampeona selección de Brasil. Recojo unos párrafos textuales de una reseña de aquel entonces: "El 31 de Mayo de 1998 y con motivo de su centenario el Athletic Club de Bilbao recibía nada más y nada menos que a la selección brasileña de fútbol que acudiría al Mundial disputado en Francia aquel año". "Del partido en sí, cabe destacar la ausencia en el Athletic de los Guerrero, Etxeberría, Alkorta y Ríos, concentrados con la selección española, y el efectivo entramado defensivo diseñado por Luis Fernández, que consistió en tapar las subidas por banda de Roberto Carlos y Cafú y en no dejar tocar el balón a Ronaldo y Bebeto". El resultado fue empate a uno.

Ya he contado que sólo he dedicado más tiempo que al fútbol a las aulas (como alumno y como profesor), la lectura y la escritura. Primero jugué, como casi todos los críos de este país, en mi etapa escolar. Los curas organizaban un torneo que disputábamos en el patio del colegio y culminaba el día de la fiesta. Desde entonces lo hice de forma intermitente, sobre todo en partidillos improvisados con los amigos, incluido como colofón el consabido de padres contra hijos.

Guardo especial recuerdo de mi participación en una competición nacional del personal de Radio Televisión Española celebrada a mediados de los setenta. Yo, que entonces trabajaba en la sede de Bilbao, formé parte como delantero en el equipo del Norte y marqué el gol de la victoria frente al conjunto del Sur, en un partido que se jugó en Murcia. Aquella sería la primera vez que pisé un campo de hierba. Luego me di el gustazo de jugar los noventa minutos de sendos amistosos en dos estadios que a la sazón eran de Primera División: Las Gaunas, del Logroñés, y Luis Sitjar, del Mallorca. En ambos casos me alineé en equipos de periodistas, enfrentados a directivos y exjugadores de aquellos clubes. Durante los cuatro años que pasé en Mallorca intervine también en el campeonato de fútbol sala que en forma de liguilla enfrentaba a los distintos medios de comunicación de Baleares.

Si existe la reencarnación, en una de mis próximas vidas me dedicaré profesionalmente al fútbol. Eso, claro, si tengo ocasión de reencarnarme una y otra vez, ya que entre mis innumerables oficios pendientes de cumplimiento figuran también los de arquitecto, cocinero y psiquiatra.

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