OPINIóN
Actualizado 19/06/2014
Agustín Domingo Moratalla

El pasado miércoles se clausuró el Seminario anual de laFundación Étnor, organización que lleva más de veinte años tendiendo puentes entre la Ética y las organizaciones, sean estas empresariales, financieras o administrativas. Las conferencias de este año estaban presididas por un lema planteado en forma de pregunta "¿Para qué sirve realmente la ética de la empresa?". La última se le ofreció al presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, que clausuró el curso con unas interesantes reflexiones sobre el lema de este año.
El ponente despierta emociones contradictorias. Durante los días anteriores, algunos asistentes habituales a este seminario expresaban su malestar por razones que conoce bien la sociedad valenciana: el caso de las preferentes, la salida a bolsa de la entidad, el caos inmobiliario, los ajustes de plantilla o la discutible separación de laFundación Bancaja. Es muy difícil encontrar alguna familia valenciana no afectada por lo que ha sucedido en esta institución financiera. Los directivos de la nueva Bankia tienen una labor pedagógica compleja y heróica porque, tanto interna como externamente, están obligad
os a hacer de tripas corazón.
 
Fiel a la tradición la comercial de Deusto, el ponente organizó bien su tiempo. Utilizó la primera parte para exponer los vectores que han inspirado su actuación durante los dos últimos años, tiempo en el que la entidad ha estado al borde del precipicio y ha tenido que ser reflotada con 16.000 millones del FROB que deberá devolver a las arcas públicas. Tiempo presidido por un despiadado realismo, la férrea disciplina del gobierno corporativo, la urgencia para acortar los plazos impuestos y, también, por cierta ilusión organizativa de obediente gestor experimentado que en algún secreto rincón de su despacho esconde la máxima ignaciana: "en tiempos de desolación no hacer mudanza".
 
Utilizó la segunda para presentar los valores de la nueva organización que dirige y mostrar su preocupación para desarrollar internamente una nueva cultura común. Además de la profesionalidad, la integridad, la ejemplaridad o la cercanía con el cliente, indicó la necesidad de evitar la autocomplacencia, promover la creatividad de equipos motivados o incentivar la meritocracia radical. Todo ello con las sencillas máximas del buen gestor: trabajar, entregar resultados e incrementar valor. El auditorio comprobó que no echaba de menos ningún modelo anterior. Ante las preguntas sobre la privatización o el dolor generado insistió en una idea: el futuro no está escrito.
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