OPINIóN
Actualizado 19/06/2014
Enrique de Santiago

             En una mesa con un diseño sobrio pero noble, de un tamaño importante y muy peculiar, pues servía igual de mesa de reuniones para varios contertulios, que como mesa de oficina con dos confidentes,  que como mesa de trabajo, tras ella, dirigiendo la reunión, con sus tirantes, la camisa con las mangas ligeramente remangadas, semblante amigable, pelo cano y con un calculado despeinado, concluíamos que existe en España una derecha democrática, social, librepensadora y liberal que no está representada por el Partido Popular ni por el extremismo de los ultras, que precisa de otra forma de hacer las cosas, de coherencia, sinceridad, trabajo leal, autenticidad y sin complejos.

   En ese punto, consideró, Javier, otro de los conversadores, que la labor que queda es importante pero debe de hacerse sin grandes sobresaltos, sin estruendosas actuaciones, sin correr, poco a poco, demostrando, con el día a día, que los que insultan, los que critican, los que no hacen más que destruir, no tienen razón, ni pueden hacer nada contra un proyecto sólido, serio y con ganas de prosperar.

   Parecíamos estar de acuerdo cuando, Juan, uno más de los que en la mesa nos encontrábamos, introdujo el problema catalán y la deriva política general. Pues, en ese momento el silencio se hizo, cuando consideré que el proyecto de deriva al que nos estaban llevando pasaba por la independencia catalana, pagada por todos, con un sistema de financiación por medio del cual, esa separación, sería unilateral; de forma que, ellos, se van, pero el resto de España seguirá pagando sus facturas, por lo que esa Cataluña independiente gozaría de la doble nacionalidad y, por ende, se mantendría en la Unión Europea y la única unión o nexo de cooperación ficticia de ese Estado independiente asociado sería la corona, mientras esta dure

   Mis contertulios no se opusieron a dicha exégesis;  es más, ella, mi amiga, también sentada en rededor de la mesa, apuntilló que serviría de fundamento para una revisión constitucional, con la que además se pretendería legitimar la corona ?si no se la cargan antes-, y la creación de una segunda transición, que tendría su refrendo en las próximas elecciones generales de dentro de año y medio. Solo uno de ellos recordó que algunos "empresarios" catalanes ya le habían hecho llegar al todavía príncipe un proyecto muy parecido a lo que yo mantenía.

   Ahondando, continué con que para ello el PP mantendría el control de la situación, el PSOE no haría más ruido del preciso, CIU seguirán con su apuesta acomodándola a un adelanto electoral plebiscitario, ERC se lanzaría a la calle con el apoyo  de la izquierda radical, IU y los antisistema de PODEMOS, creando el clima necesario para la reforma; por lo que, calculadamente, se calmaría todo ello ?sólo de momento- con el nuevo consenso constitucional, que daría forma al engendro anteriormente descrito y que está previamente pactado por las élites gobernantes del PP-PSOE.

   El director de la conversación me miró, miró a mi amiga, se quedó pensativo y, sin asentir expresamente, su rostro me trasmitió su anuencia para, acto seguido, cambiar el ritmo y dirigiéndose a todos manifestar su apoyo incondicional a quien no haga bobadas, no cambie el rumbo, no tenga complejos y sea capaz de aguantar las embestidas y empellones que las fieras estén dispuestas a propinar.

   Lo que me da pena es pensar que, con esas fórmulas de politicastros carentes de sentido de Estado, de miopes en la visión de futuro y con un objetivo pacato y egoísta,  España se puede estar acabando, con el apoyo del PP, del PSOE y de, lo que se ha dado en llamar, la casta acomodada en la política como modo de vida y no de servicio.

 

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