OPINIóN
Actualizado 17/06/2014
José Javier Muñoz

  Interrumpo una serie de artículos sobre fútbol que pensaba publicar en esta sección mientras se celebra el Mundial, para contar una anécdota que me vino a la memoria al leer el estupendo artículo ¿Dónde están los vascos? de Alfredo Miguel.

Por aquel lejano entonces yo todavía no había pisado Salamanca ni tenía la menor idea de que en esta ciudad transcurriría buena parte de mi vida. Ocurrió al comienzo de la transición en mi Bilbao natal. Se hallaban en el paroxismo las reivindicaciones independentistas y las peticiones de amnistía para los asesinos de ETA, arreciaban las manifestaciones y por doquier se exhibían banderas de Euskadi con lazos negros, carteles y pintadas de eslóganes radicales.

  Mi mujer y yo acabábamos de tener nuestra primera hija y paseábamos por la zona de Sarriko empujando el cochecito del bebé cuando nos cruzamos con el encargado de una cafetería del barrio a la que solíamos acudir. Yo trabajaba entonces en la televisión, salía a menudo en los informativos y la gente me reconocía por la calle. Tras un saludo de mera cortesía el hombre se interesó amablemente por la niña e intercambiamos los consabidos tópicos al uso.

   Nos habíamos detenido junto al original edificio racionalista de viviendas municipales construido por el arquitecto Basáñez, de cuya fachada colgaba una ikurriña enorme, la más grande que había visto nunca. Se me ocurrió comentárselo al camarero, que me parecía un hombre sensato y moderado. "¿Ha visto usted el tamaño de esa bandera?", ­dije. Su respuesta, en voz baja mientras movía de un lado a otro la cabeza fue: "Calle, calle. Si la ha puesto ahí mi hija... ¡y somos de Salamanca!".

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