Un día sí y al otro casi también, ocho o diez personas se instalan en la calle Toro, delante de una entidad bancaria, y comienza la fiesta. No estoy contra aquellas personas que se manifiestan sea por los desahucios o por cualquier otra cuestión, necesidad o injusticia, loable labor la de solidarizarse y luchar por los demás. Harina de otro costal es tapar la puerta del banco e impedir la entrada, hacer sonar los silbatos, enarbolar las carracas y gritar por el megáfono durante un par de horas. E imagino, solamente magino, que el pertinente permiso del Ayuntamiento no se concede para el día que les plazca, al igual que el reparto de papeles volanderos que, como las hojas de los árboles, juguetes del viento son y acaban en el suelo. Después está el personal que pasa, las tiendas cercanas aguantando el ruido y lo poco atractivo que resulta ir de compras con semejante espectáculo. Algunos derechos también tenemos el resto de los ciudadanos.
Cambiamos de tercio una vez asimilada la debacle de nuestra selección. Leo en la prensa local una noticia que me ha dejado fuera de juego, como a España en Brasil. Resulta que en breve, si una mañana, querido lector, usted se encuentra tranquilamente en casa a sus quehaceres o simplemente leyendo la prensa, le puede ocurrir que suene el timbre y le pidan por el interfono que abra la puerta, 'venimos a instalar en el tejado una antena de telefonía'. Dicen que no necesitan permiso de la comunidad para colocar el gran mamotreto, ni licencia de obra, ni un estudio previo de impacto ambiental. Vienen a ponerla y punto, no se hable más. Tampoco le van a pagar un euro a los vecinos, que lo dice el Gobierno y no hay vuelta atrás.
O no sé leer, o no comprendo las cosas, o la redacción periodística es tan enrevesada que para el que estas cosas firma se hace incompresible. Convendría, pues, que nos lo explicaran, el personal anda con la mosca detrás de la oreja por si fuera en su edificio el lugar escogido.