OPINIóN
Actualizado 10/06/2014
Charo Alonso

Aquí me tienen en plan monárquico. Debe ser el calor o quizás un exceso de antihistamínicos, la sobredosis de polen me pone muy tonta y hale, a llorar como loca por cualquier cosa. Ya ven. Una tiene memoria histórica e ideas propias porque ya me dirán que hace una tipa de izquierdas glosando a Soraya Saénz de Santamaría y declarándose monárquica en el muro de Facebook. Ya está, lo he dicho, en estos tiempos de talante hay que significarse, y yo lo hago, con dos huevos y me disculpan la grosería. Monárquica. Aún reconociendo la irregularidad histórica nacida del glorioso movimiento, aquel que estuvo parado durante décadas y aupó a un muchacho cualquiera señalado por el dedo arbitrario de la historia. La monarquía es un atraso, sí, pero también una realidad que nos une y nos representa, sobre todo en momentos en los que perdemos un tanto el norte de lo que somos. No es la mejor de las soluciones, pero sí nuestra solución, un sello de identidad que, ahora mismo, es preciosa y precisa. Con un poco de sensatez deberíamos admitir que una constitución y un sistema político no precisan revisarse cada treinta años. La historia tiene unos tiempos distintos a los de nuestros deseos y protagonismos, por ello, independientemente de las personas, el andamiaje de las instituciones debe permanecer firme y erguido frente a todas las perturbaciones de los cambios y los avatares de los tiempos. No de una forma inmovilista, sí desde la seguridad, la normalidad y la mesura. No desde la pequeña política de nuestras mezquindades soberanistas y protagónicas. Sí desde una perspectiva que vaya más allá de la liturgia de todos los días.

    Aquí me tienen declarándome monárquica. Más allá de las personas, de los ordinales y las minucias familiares. Más allá del respeto al otro, al deseo legítimo de un referéndum y a ese traje medio anarco y medio hermoso de la ruptura y la utopía. Y lo digo no con orgullo, una ya está más allá de todo eso, sino con seguridad. Con la misma con la que reconocemos los fallos de toda institución y el espíritu que la sustenta. Un espíritu con el que es posible no estar de acuerdo? o sencillamente decir que confías en él, sin alharacas, sin fanatismos, sin ceguera personal? solo con cierta seguridad histórica y continuidad de lo bueno. Lo bueno que nos espera porque la esperanza, la confianza, el creer en el trabajo bien hecho y el ritual cotidiano del protocolo de los días, es nuestra esencia. La esencia de aquellos que confían en que cada uno, en ese lugar que nos ganamos, hacemos nuestra labor diaria con fe en lo que es bueno. Sí, en el fondo, es una cuestión de confianza?

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