OPINIóN
Actualizado 09/06/2014
Sagrario Rollán

Yo conocí a Platero, y probablemente muchos de los que leéis ahora estas líneas también?

Cuando llegaba junio,  tan próximo al final de curso, se agolpaban los atardeceres en una prisa de luz esquiva, el viento de la tarde olía a verano y a libertad descalza, a juegos de pueblo, a carretillas de heno,  a escondites en las eras. Los niños de entonces no teníamos mascotas en casa, pero teníamos abuelos en el pueblo con  animales en los establos y en las cuadras;  sobre todo con   burros pequeños, peludos, suaves y blandos,   en los que podíamos montar como Juan Ramón, mientras íbamos al rio con las mujeres que bajaban a lavar, o acompañábamos a las muchachas aguadoras al atardecer a llenar los cántaros. Cuando leímos Platero en la escuela sentimos que ese libro ?elegía andaluza- hablaba también de nosotros,  niños castellanos, y en el  aburrido pupitre de invierno volvíamos a soñar con "los hondos caminos del estío colgados de tiernas madreselvas" o "el cielo azul, azul, azul",  con "el hierro alegre y fresco de la noria" , suspirábamos por el mugido de las vacas, el goteo del pilón,  el canto de los grillos, y volvíamos a estremecernos con el rostro pasmado del niño tonto, aquel que era solo para su madre, o con la risa loca y febril de la tísica. Casi no podíamos creer lo que estábamos leyendo, no conocíamos a Juan Ramón, pero conocíamos  a  Platero porque el humanado burrito interlocutor de las ansias del poeta decía nuestro paisaje sentimental y nuestras  mismas ansias. Y así aprendimos a redactar olores, caligrafiar sonidos, subrayar horizontes, descomponer sintagmas de luz, adjetivar el alma de las cosas y sustantivar emociones  inéditas.

Los niños que por aquel entonces iban a la playa, porque eran ricos (o no, pues no tenían pueblo ni abuelos que los esperasen con un burrito) no podían entender Platero igual que nosotros, no sabían cantarlo,  se tropezaban con las palabras del hermoso poema que destrozaban a trompicones en una lectura tartamuda e insensible,  como ciegos queriendo arañar la luz con los dedos, pero es porque no conocían a Platero.

No creo que exista taller de lectura, o de educación emocional,  ni excursión  a la granja-escuela (que después han vivido nuestros hijos) que se pueda comparar con aquellas vivencias en que cada página  era un trotecillo del burrito despertando una emoción  entrañable, fresca, agreste, perfumada, única e inviolable,  misteriosamente desconocida, sin embargo, para los niños ricos que empezaban a veranear en la playa. Ellos  tendrían después una versión literaria que les devolviera el relato de su infancia, mas no tan genuina:  mucho más tarde en las series de televisión, imágenes iguales para todos, mientras los niños del pueblo seguíamos teniendo ese  pozo estrellado de luz, en mitad del corral de nuestra memoria recóndita. Cada uno nuestro Platero,  y para cada cual, el encogimiento de su sombra sobre el cabezo o el susto de sus grandes ojos negros matizaba un recuerdo insustituible. A cada uno nos esperaba nuestro Platero  al final de la grisura de la escuela urbana, y como le ocurría a Juan Ramón con La fuente vieja, la "humanidad" de Platero guardaría inalterable la frescura de ese pozo místico  a lo largo de la vida y del tiempo. Platero fue el paradigma poético de nuestra infancia agreste y arraigada  en un mundo ya pretérito;  cualquier belleza natural, cualquier emoción inenarrable, cualquier melancolía adolescente o adulta estaba ya prefigurada en  las escenas de la elegía andaluza, en las que Juan Ramón en  silente diálogo con el burrito sabía decir tantas cosas.

Platero fue un sobresalto de belleza íntima y cósmica a la vez, una experiencia de expansión vital y  de fervoroso recogimiento.

 

Nuestros maestros  de entonces,  que también conocieron a Platero,   nos ayudaron a leer el alma de las cosas, de los animales, de otras humanidades dolientes y de nuestro propio ser. Para los maestros de hoy es más difícil, porque algunos no lo habrán conocido y porque sus alumnos,  desde luego,  no tienen pueblo, ni establo, ni burritos, aunque tengan mascotas, y viajen a  parques temáticos. Por eso quiero dedicar estas líneas a quien,  habiendo gustado el sentimiento de la vida verdadera y el agua de eternidad que mana de estas páginas sublimes,  aún se esfuerza,  como de puntillas, sigilosa pero tenazmente,   por transmitir la poesía inefable y rotunda  del alma de Platero a sus alumnos.

Platero,  tú sabes de quien te hablo ¿verdad?

 

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