Las relaciones entres los seres humanos son siempre difíciles y lo son en la medida que los propios habitantes de este planeta se empeñen. En el pequeño planeta del mundo rural pueden llegar a ser casi imposibles si las políticas municipales no ponen todo
Hace mucho tiempo que vengo pensando en escribir sobre la ignorancia que tenemos del medio rural los urbanitas como yo, los que dejamos la ciudad para vivir más cerca de la madre naturaleza sin darnos cuenta que los moradores de tal o cual pueblo tienen sus tradiciones, sus virtudes, sus defectos y que, si bien, hay que aceptar que es así, reconozco que se hace difícil, a veces demasiado.
En Francia y en otros países europeos, hubo años atrás una diáspora de habitantes de las grandes ciudades que se dispersaron por los campos y pueblos, creando un modo de vida híbrido entre lo urbano y lo rural, dando un vuelco considerable al quehacer diario de muchos de ellos. Nacieron multitud de nuevos negocios relacionados con la calidad de la vida perdida, sobre todo en alimentación. Nuevos conceptos de granjas y de sus explotaciones más acordes con el respeto a la vida natural, donde el "sin conservantes ni colorantes" era la condición indispensable para emprender una nueva vida. Vinos, conservas, quesos, productos hortícolas y un sin fin de productos de primera necesidad se dan cita en los mercados de cualquier villa francesa con una calidad fuera de duda.En España, salvo algunas excepciones, sobre todo en Cataluña y País Vasco, no se ha dado este fenómeno de una manera masiva y en Salamanca brilla por su casi total ausencia, salvo los intentos habidos en la Sierra de Francia, en Arribes y poco más, la mayoría de los casos se han limitado a tener un huertecito para el consumo propio.
Este hecho no es baladí, si los urbanitas se dedican solo a su huerto, sin querer saber nada del resto, puede
propiciar que la relación social con el resto de los habitantes del pueblo se haga muy difícil. Pretender que los aldeas puedan cambiar, al menos culturalmente, es una quimera que puede resultar traumática si no se hacen las cosas desde abajo, es decir, que si no se acaba aceptando lo que ya hay por parte de los que llegan y si los que ya están se niegan a intercambiar conocimientos con los forasteros en un intercambio simbiótico entre todos los vecinos, lo más probable es que la relación sea un fracaso. Las posibles deserciones por parte de nuevos habitantes pueden llegar a dejar los pueblos en las mismas o parecidas condiciones que tenían hace cuarenta años, lo cual tendría una repercusión nefasta sobre el futuro de muchas municipios de nuestra tierra.Pienso que se me entiende de sobra: el autoritarismo debió quedar en la tumba del Valle de los Caídos hace más de cuarenta años y los habitantes de los pueblos, que estamos condenados a entendernos, debemos hacer un
esfuerzo firme y decidido encaminado al entendimiento, por ello, y a sabiendas de que sólo una gestión municipal de puestas en común y de diálogo abierto en el día a día, en definitiva, de potenciación de la DEMOCRACIA, participativa, sólo eso, repito, haría fuerte a los municipios y por tanto a sus ediles, lo permite la legislación vigente, si no se usa es porque los vecinos no lo quieren o los alcaldes lo impiden. Lo demás es pasado, muy oscuro por cierto, que no ayuda nada al entendimiento entre moradores y foráneos y que ni reyes ni príncipes van a solucionar.