OPINIóN
Actualizado 06/06/2014
Juanjo Mena

Durante los 27 años de vida de los programas Erasmus más de tres millones de estudiantes han disfrutado de becas de movilidad para estudiar en un país extranjero dentro de la Unión Europea. Hasta ahora se ha asociado el programa con un proceso de intercambio cultural y concienciación europea.

El relanzamiento del nuevo programa Erasmus+, para el cual la Unión Europea ha aumentado el presupuesto en un 40%  hasta alcanzar los 14.000 millones de euros (cuando ha reducido muchas otras partidas), prevé movilizar a unos cuatro millones de jóvenes en los próximos años.

La idea es acabar con la imagen de los estudiantes Erasmus disfrutando de ciudades universitarias pintorescas y orientarlo hacia el aprendizaje de habilidades para el empleo. De modo más concreto se pretende que alumnos del sur de Europa puedan disfrutar de formación en el trabajo en los centros de ingeniería de Austria y Alemania, y por qué no decirlo, de abrir la oportunidad a empresas de esos países de encontrar mano de obra.

Los objetivos de Erasmus+  dejan al descubierto el telón de fondo de esta iniciativa: reducir la cifra del paro que alcanza los 26 millones de desempleados.

Se trata sin duda de una buena noticia ya que estamos hablando de formación en centros europeos para todos los europeos. No obstante una lectura en clave económica nos podría invitar a pensar que el programa se reorienta a la captación de recursos humanos hacia zonas más industrializadas, algo que probablemente ayude a aumentar las diferencias entre la Europa del sur y la del norte. 

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