A medida que pasan los días y se confirman los datos de las elecciones europeas, una de las consecuencias más claras parece ser el final del bipartidismo. Hasta ahora, socialistas y populares, además de garantizar cierta estabilidad institucional, habían consolidado un régimen de alternancia política que recordaba al de Cánovas y Sagasta en la Restauración. Entendido en su sentido más técnico, este régimen no ha sido puesto en cuestión por la aparición de nuevas fuerzas políticas que han canalizado la indignación, el malestar social y el bolivariano cuestionamiento del sistema. Por sí misma, la aparición de grupos políticos nuevos con voluntad de criticar radicalmente el sistema económico o la democracia liberal, no cuestiona el bipartidismo.
Este bipartidismo ha recibido un toque de atención importante. No ha sido expulsado del horizonte político pero sí ha recibido una seria advertencia. No ha recibido una simple amonestación verbal, pero tampoco ha sido una roja directa. Ha sido una pedagógica tarjeta amarilla de la que siempre brota una doble lección. Una primera lección prospectiva que exige un cambio presidido por mayores dosis de prudencia personal y fidelidad a las esencias del juego. Una segunda lección retrospectiva para enmendar el mal cometido, el daño realizad
o y la razonable asunción de responsabilidades.
No han sido los votos de formaciones como Podemos, sino de electores que, con cierta memoria, capacidad de crítica y voluntad de análisis, o bien se abstuvieron o bien estaban poco dispuestos a proporcionar un cheque en blanco a los dos grandes partidos. El incremento de IU, PE,UpyD y Ciudadanos exige una lectura distinta al incremento dePodemos; el voto es de naturaleza diferente y la probabilidad de obtener representación institucional en las próximas elecciones locales y autonómicas es muy diferente.
En su diagnóstico, populares y socialistas se equivocan si atribuyen su fracaso a un simple error de comunicación. Llevan varios años cometiendo errores que no son únicamente cosméticos o epidérmicos; han prestado más atención al poder de los barones territoriales y la estabilidad orgánica que al empobrecimiento de los ciudadanos. Una tendencia al autismo que pasa factura porque no sintonizan con el ciudadano medio: falta altura de miras, visión de estado y, sobre todo, capacidad para ilusionar en tiempos de austeridad. Algo que no se consigue apuntalando al enemigo, cabildeando con el adversario y, menos aún, sacrificando los valores del propio partido.