OPINIóN
Actualizado 05/06/2014
Enrique de Santiago

            En nuestra historia reciente y, por ello tengo en cuenta desde el reinado de Alfonso XIII, los monarcas Borbones se han venido significando, en términos taurinos muy charros, por ser unos morlacos astifinos, moruchos y propensos a dar la espantá.

Astifinos, pues no pierden la ocasión para, de forma elegante, certera y ladina, realizar una faena que te propina no cornadas, sino puñaladas profundas, limpias y por el costao, sin que tengas tiempo de librar el envite.

   Moruchos, pues como buena res de la tierra, en su apariencia de casta, pero ni bravo ni manso es su actuar, con un peligro especial, pues lo mismo te concede una lamía que te propina una corná.

   De todo ello podremos discrepar, pues en las reses a buen seguro podré fallar, empero de la propensión del hierro a la espantá no cabe la menor duda, pues que, tras casi 40 años, no se pueda haber desarrollado el Estatuto de la misma; que, habiendo tomado la decisión en enero, en este tiempo no se pueda haber articulado la forma de trabajar; que, de maitines, cuasi de madrugá, a la carrera, sin explicación alguna y en el peor de los momentos, se adopte la decisión de abdicar, generando una zozobra institucional, pues no se sabe cómo actuar, es, cuanto menos, imprudente.

   Que Su Majestad no pasaba por el mejor momento de imagen es indudable; que, además, físicamente no está para salir corriendo, no hace falta más que verle; que, tras la explosión de PODEMOS, las calles se engrandecen en su ruido, que no en su representatividad por más que se empeñen, es indiscutible; y que, en este momento, no era adecuada la apertura de una nueva ventana de oportunidades a las masas movilizables, creo que no es preciso ser un analista especialmente avezado, para corroborarlo.

   ¿Pero es que, en este país nuestro, nadie se ha dado cuenta de que la discusión de monarquía o república no es meramente institucional, sino que tiene una carga ideológica muy elevada y de revanchismo inaceptable en este momento, que no dudo de su posible estudio, discusión y cambio cuando dichas cargas desaparezcan, pero que, en la medida que estas se encuentran latentes o en plena ebullición, no es un problema de democracia, de representatividad o de ganas de cambio, sino de buscar la vía de reescribir una historia triste, gris, penosa y repleta de sangre, de la que mejor intentar pasar página y superar con Justicia, pero sin revancha? Por ello, cuando las calles están movilizadas, no contra la institución monárquica, sino contra la vida pública, contra la crisis, contra la forma descabellada de hacer las cosas, contra la corrupción, contra? Dios y el diablo, no parece prudente adoptar medidas que recuerden lo realizado por el abuelo, que pese a ganar en las urnas la monarquía, dio la espantá.

   No dudo de la necesidad de la abdicación, pero ¡coño! que no se pueden organizar las cosas peor y pretender que salgan bien.

   En cualquier caso, abdicado el Rey, ¡viva el Rey y viva España!, que es lo único importante.

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