Médico, un cuarto de siglo en la política, dirigente de un club de fútbol, antiguo alumno salesiano y, oriental o charrúa, que es como también denominan a los uruguayos. Fundamentalmente uruguayo. Una amalgama de identidades que se superponen y que sirven para definir a una persona. Para que el resto la identifique en el mosaico que configura la vida humana. Sobresaltar un aspecto es delicado y siempre termina quedando una sensación de que lo que se describe es incompleto. Quizá por eso uno termina dejándose llevar por la identidad nacional. Aquella que queda configurada por el entorno, desde el más estrecho definido por la familia humilde a aquel otro que te lleva al barrio, por aquellos pasos dados en el colegio, las primeras patadas al balón, y después el compromiso con una tarea tan social como es la médica.
Superar la oscuridad de una dictadura, contribuir a que tu país sea un lugar decente, como siempre lo fue, un espacio modélico de tolerancia, de educación, de personas modestas, entrañables, que hacen del respeto mutuo su divisa de convivencia. Competir políticamente contra formaciones que definieron reglas que les beneficiaban, a la vez que construían el paisito vivible configurado entre dos gigantes vecinos. Y luego ganar, hacer posible el triunfo de una izquierda distinta, enormemente heterogénea. Primero en la intendencia de Montevideo, luego en la presidencia de la República. Salir dignamente, pasar el testigo a otro correligionario, aunque muy diferente a ti y volver, intentar continuar con el ciclo de quince años seguidos en el poder con mayoría absoluta del Frente Amplio.
Es posible que la ideología quede al costado, también que la rigidez en ciertas posiciones políticas sea fácilmente moldeada por una visión de la vida más pragmática. También que la afabilidad con los ciudadanos sea de una naturaleza que ni tiene que ver con el hoy tan denostado populismo como con la campechanía del hoy presidente e internacionalmente muy popular, Pepe Mujica. En Uruguay algunos desde la izquierda tuercen el ceño con suspicacia mientras que la derecha le mira con hastío. Su bonhomía tiene un matiz más sutil que probablemente está, como decimos en la jerga de la disciplina, más próximo al votante mediano. Tabaré Vázquez es todo eso y por todo ello, mañana merece ser investido doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca. Como lo amerita, más aun si cabe, el país del que proviene. Vitor.