LAS VILLAS
Actualizado 02/06/2014
José González Sánchez

VILLORUELA | El señor Eduardo, pionero en el transporte de personas y mercancías de la villa

62 viajeros  pagaron  5 pesetas. 62 personas, más las que se escabulleron sin pagar (más de diez), bajaron del interior de la camioneta del Sr. Eduardo. El trayecto era Babilafuente-Villoruela un día de Ferias de Salamanca . Yo ayudaba en los días de ferias a Eduardito hijo, no solo a cobrar sino a impedir fugas. El control casi era imposible porque, en principio, se abría el portón de la camioneta para que el hueco de salida permitiera salir de uno en uno, pero otros, desde el interior, para poder respirar,  hacían fuerza para que el portón se abriera totalmente, y era el momento en el que la avalancha se te venía encima y el descontrol fuera total.

La mayoría de la gente era honrada y pagaba, pero siempre había alguien que se colaba, posiblemente porque se había gastado todo en Salamanca en helados y tiovivos. En los días de ferias medio pueblo joven salía a las afueras para recibir a la camioneta del Sr, Eduardo que, desde la estación de Babilafuente, traía a los afortunados que habían disfrutado ese día de la ferias de Salamanca. Cuando la camioneta llegaba  al cruce y se veían las luces de los faros de frente, enfocando nuestra carretera, era un clamor, como si se  estuviera  esperando al gobernador, (la visita más honrosa que cada pueblo podía recibir. Algún día recordaré alguna de estas visitas, porque el protocolo con que se adornaba era digna de una película emulando a  Bienvenido Mister Marshall.

La camioneta del Sr. Eduardo era una camioneta parecida a un gran cajón de madera hecho de retales. Transitaba por una carretera de cantos (Villoruela-Babilafuente) y en el pueblo por calles de tierra que eran todo obstáculos, unas veces polvo otras barro, siempre baches. Por ello poco a poco se iba destartalando, pero el motor tenía que ser de calidad porque raramente se averiaba. Todos los días recorría varias veces el pueblo recogiendo sillas, sillones, mesas de mimbre. Había que ser un experto para poder llenar la camioneta encajando pieza a pieza, cada una de ellas de proporciones y medidas distintas. Muchas veces, cuando ya estaba absolutamente llena, llegaba alguien con un par de bultos de sillas que había que meter como fuera?y siempre entraban. Además el Sr. Eduardo nunca decía que no. Descargaba en la estación de Babilafuente y de nuevo otro recorrido por el pueblo. Su presencia era inevitable en todas y cada una de las calles todos los dias de la semana. Era una especie de emblema ambulante del pueblo artesano de Villoruela.

Cuando no transportaba mercancía, transportaba gente. Dentro había unas banquetas para unos pocos, los demás de pie, y así se ocupaba menos espacio.

El Sr Eduardo no tenía enemigos, era una persona que siempre estaba dispuesta a hacer favores, siempre risueño, nunca enfadado. Era una buena persona. El Sr. Eduardo no solo era una institución digna de recordar, sino sobre todo era, repito, una buena persona. Quizá un poco lento. Se tomaba las cosas con filosofía y nunca tenía prisa, por eso, cuando íbamos a la estación de Babilafuente, muy a menudo, al llegar al cruce veíamos el tren que bajaba por la cuesta de la Calera (frente a Cordovilla)  y se iniciaba una carrera contra el reloj, compitiendo con el tren, e incluso se hacían  apuestas si se llegaba o no a tiempo. No sé cómo se las arreglaba que, sin acelerar más de lo habitual, suponiendo que la camioneta tuviera acelerador, casi siempre llegábamos a tiempo. En alguna ocasión el tren no esperó; en otras, el  jefe de la estación, al ver la camioneta en la última curva, hacía  una parada especial para que los viajeros pudieran tomar el tren. Esta actitud algo tendría que ver con el hecho de que el Sr. Eduardo y el jefe de la estación se vieran todos los días un montón de veces.

Estas  líneas deseo que sean un homenaje al Sr. Eduardo, que fue,repito una vez más, una buena persona y formó parte, queriéndolo o no, del mosaico de la historia reciente de la vida artesanal de Villoruela. Hay personas que no solo no pasan inadvertidas sino que marcan una época en la historia de los pueblos. La artesanía boyante de Villoruela en los años 60 y 70 no se entiende sin dar un protagonismo especial a la figura del Sr, Eduardo y su destartalada camioneta renqueando por las calles del pueblo.

José González Sánchez

 

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