OPINIóN
Actualizado 01/06/2014
Santi Riesco

Me merezco todo lo bueno que me pase. Aunque no me lo crea. Aunque mire a los dos lados para asegurarme antes de dejar que una sonrisa me parta la cara de oreja a oreja. Sí, suena pretencioso y chulesco, casi insultante. Pero me lo merezco. Aunque dentro se revuelva el gallego que no soy y en sus gritos ahogados casi se llegue a escuchar que tanto bueno es el preludio de una desgracia mayúscula.

Supongo que no soy el único. Ni el primero. Ni el último. Supongo que somos muchos los que, pasada la cuarentena, nos cuestionamos sobre los porqués de la vida. De nuestra vida. Y supongo que, como yo, a muchos les entrará un cierto vértigo al darse cuenta de que tiene tanto y tan bueno a su alrededor que no acaba de creérselo. Y lo que es peor, que no se cree digno merecedor de tantos regalos, de tanto premio, de tanta felicidad.

Y se queda uno en pelotas. Desnudo ante la evidencia. Pensando por qué ha tenido tanta suerte y qué es lo que ha hecho para merecer una mujer que le quiera a pesar de los pesares. Dos hijas que -como en los malos guiones- atraviesan el parque para que las cojas en brazos mientras te llenan de besos. Y entonces se pone uno blandito. Tontorrón. Como si acabara de entender que no entiende nada.

No sé si es la primavera, la edad, la paternidad, el temporadón del Atleti, que sigo creyendo que Sabina aún hará otra buena canción, nada de esto o todo junto. No tengo ni idea. Lo único que sé es que cuando encuentro una piedra en el camino, en lugar de tropezarme para caer y levantarme, en lugar de saltarla para seguir avanzando, el cuerpo me pide que me siente en ella y me detenga. Que me pare. Que me dé cuenta. Que sea consciente de la suerte que tengo y la saboree.

En estos ratos de paz es muy fácil sentir que uno no está sentado ahí, solo. Y sin abrir los ojos, con la sonrisa transparente que se te pone en la cara cuando te das cuenta de que eres feliz. Justo en ese momento, siento esa presencia que nunca ha dejado de estar. Y oigo con total nitidez cómo me dice en voz baja: "Te lo mereces. Porque forma parte del amar el sentirse amado".

 

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