OPINIóN
Actualizado 30/05/2014
Isidro Catela

 

Soy del Real Madrid y de la extinta Unión Deportiva Salamanca. Es decir, blanco, muy blanco (y un poco negro, que sólo Dios es perfecto y del todo puro). 

No hace falta que os diga con quién voy esta noche, en este espectáculo del dios redondo, que aspira a ser sagrado. 

Ángel ya está mordiéndose las uñas, preparándose para bajar a Cibeles a hacernos un selfie y luego subirnos rápido antes de que la marabunta vaya extendiéndose y los dedos de la diosa corran otra vez peligro.

Ya en casita pondremos el himno de Plácido o, si la noche se ha vuelto oscura, prenderemos muy bajito en el Spotify ese fado en el que ya Amalia Rodrígues llamaba funesta a la primavera.

Antes iré a Misa. Prometo no rezar ni por la décima ni por la primera. El trago ya lo pasó mi amigo Julián Lozano en su parroquia de Getafe y aunque, él, que es un crack 3.0, salió airoso del trance con una plegaria viral, no conviene poner a prueba a más sacerdotes ni que andemos tomando el nombre de Dios en vano.

Es más, le he dicho a Ángel que, de acuerdo, que nos haremos el selfie histórico si, como decía el abuelo de Majaelrayo, el Madrid es otra vez campeón de Europa. Pero con la condición de que nos hagamos otro en Neptuno, sin euforia impostada, claro, en el caso de que el Atleti entierre eso de la manera de palmar y se suba al carro de las glorias deportivas que campean por Europa. 

No sólo me parece fundamental trabajar la tolerancia y la respuesta a la frustración, sino algo mayor y más difícil todavía: ser capaces de alegrarse con la alegría de los vecinos, de dar la mano cuando se pierde y de mantener bien alta la bandera, limpia y blanca que no empaña.

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