"Podrían engendrarse hijos educados, si lo estuvieran sus padres." Johann W. Goethe
Me ha vuelto a llamar la profesora de mi hijo. ¿No tendrá otra cosa que hacer esa señora? Se lo he dicho cientos de veces; "si mi hijo no estudia es porque los profesores no le motiváis lo suficiente. Si pusieseis más entusiasmo en vuestro trabajo y le hicieseis más agradables las clases, ya veríais, ya".
Una de las últimas veces que hablamos incluso se atrevió a decirme que como el niño había cumplido dieciséis años, le sacara del Instituto y lo pusiese a trabajar. ¿Pero en qué mundo vive? Como si fuera tan fácil con el paro que hay. Además, el chico fuera de jugar con la consola, ver la televisión, comer a dos carrillos y salir con sus colegas a tomar unas cervecillas, no sabe hacer nada de nada.
Lo que yo le contesté?
-Parece mentira, señora, sepa usted que en lo que está aquí no da el palo a una farmacia.
Porque eso sí, en el Instituto está recogido y mucho daño no puede hacer. Que en el fondo es buen chico aunque algo inquieto. No es que me pierda la pasión de madre, que me lo dijo hace unos años el psicólogo-orientador del Instituto?
-Su hijo es inteligente y de muy buen fondo, aunque algo disperso.
¿Por qué me iba a engañar?
Y eso que no saben que en el centro concertado donde antes estuvo matriculado, el orientador me felicitó porque había hecho un trabajo excelente con la educación de mi chico. Exactamente me dijo que había formado un hombre libre.
-El problema es que este colegio es religioso y con normas demasiado estrictas, como del siglo pasado, sabe usted, y un espíritu libre como su hijo no encaja.
Por eso me recomendó, con mucho cariño, que aún lamentando la pérdida de un alumno tan querido por todos, debería llevarlo a un instituto público.
-Allí son menos autoritarios y el chico se va a encontrar en su medio -me aseguró.
-No sé, no sé. Ya veremos.
-No lo dude, señora ?insistió el orientador religioso-, es un hecho que constatamos todos los días. Su hijo por fin va a estar entre iguales.
¡Y vaya si acertó! Porque el chico en este Instituto se encuentra feliz. No falta a las clases ni un solo día y hay que ver la alegría con la que sale de casa todas las mañanas.
A mí, que no me guarda un secreto, me ha dicho que se lo pasa bien y que quiere seguir yendo. No me extraña, porque es muy ocurrente y seguro que encuentra mil motivos para romper la monotonía de tantas mañanas iguales. ¿Qué es movido? En algo tiene que dar la criatura, que pasarse cinco lentas horas mano sobre mano tiene su mérito. Eso sólo lo soportan los profesores, que con los años se acostumbran, pero mi hijo es inteligente y tiene inquietudes. Prueben ustedes, señores de la Comisión Ministerial, y ya me dirán.
Es cierto que desde hace dos años ya no le compró los libros. ¿Para qué? Si cuando los tenía no les echaba ni un vistazo. Mochila si lleva, aunque no sé cual es el motivo. Cuando le pregunto me dice que me meta en mis cosas y le deje espacio. Yo no quiero atosigarlo, pero creo que lo hace por no desentonar. Forma parte de su vida. ¡Lleva haciéndolo desde que tenía tres años!
Seguro que hoy la profesora me vuelve a decir que lo saque del Instituto. "Son unos años ruinosos" ?me repetirá. La respuesta será la misma. Además me he enterado por una vecina, esa estirada de la AMPA, que los chicos pueden estar en el Instituto hasta los dieciocho años y los profesores tienen la obligación de matricularlos aunque no aprueben ni una sola asignatura. Digo yo que con lo poco que trabajan podrán aguantar a mi chico. Que a fin de cuentas hay que ver el chollo que tienen; tres meses de vacaciones en verano, un mes en navidades, quince días en Semana Santa y el resto del año entre puentes y acueductos hacen como que trabajan cuatro horas al día, cinco días a la semana. El mundo es suyo.
Pero? ¿qué querrá esa mujer? ¿Qué se quede en casa levantándose a las mil quinientas para ir a tumbarse al sofá a ver la televisión? Estando en el Instituto al menos tiene que madrugar todas las mañanas.
Un día incluso se atrevió a decirme que molestaba a los otros chicos, que no les dejaba estudiar. ¡Hay que ver lo que inventan los profesores para quitarse de encima los alumnos que les caen mal. Y todo para trabajar menos. ¡Entérese, señora! Sus compañeros están encantados con sus bromas. Les hace las clases más amenas. ¡Menudas juergas se corren con algunos profesores! En lo que va de año ha habido dos que han tenido que pedir la baja por depresión.
-De ésta nos cargamos alguno?dicen los chicos riéndose.
Ya lo decía mi padre cuando yo iba a la escuela; ¡qué se gane el sueldo el maestro como cada hijo de vecino! Por eso comprendo tan bien a mi chico. En el Instituto hay buena calefacción, un profesor le entretiene cada hora, está con sus colegas y tontea con las chicas que le da la gana. "La aventura de un amor" ?dice él riendo. Porque han de saber que sus compañeras se lo rifan. Y cuanto más inteligentes y mejores notas sacan, más les atrae mi hijo. Está feo que yo lo diga pero me ha salido guapo, de palabra fácil y resultón. ¿Dónde iba a estar mejor y a trabajar menos? Aunque es cierto que al mediodía vuelve a casa desganado, como si regresase con el resacón de una gran fiesta.