OPINIóN
Actualizado 22/05/2014
Rosa García

Nuestras vidas son los ríos, que van a dar en la mar, que es el morir,

allí van los señoríos, derechos a se acabar y consumir,

allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos,

y llegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos.

 

Jorge, querido, te equivocas. El primer verso no ofrece discusión, polvo somos y en polvo nos convertiremos, pero los señoríos no se acaban, se heredan: hijos, hacienda, bancos?, a alguien pasan, aunque ese alguien no sea merecedor de lo heredado. En cuanto al resto, te lo voy a rebatir con un ejemplo real.

Misma ciudad, misma semana, mismas muertes estúpidas por atropello. La una hizo correr ríos de tinta física y digital por ser la víctima un personaje público, la otra salió mencionada con apenas diez palabras en una columna de sucesos, se trataba de un don nadie.

Los rituales del duelo también fueron significativamente diferentes. El del prócer tuvo capilla ardiente y funeral con obispos, provocó auténticas mareas humanas y florales; de cara a la posteridad recibió honores y reconocimientos, su muerte fue tema de conversación durante meses y su nombre recordado durante años. El de don nadie se ventiló con velatorio, funeral en la parroquia, media docena de ramos y cincuenta asistentes; y su posteridad se redujo a suspiros, alusiones en las siguientes navidades y una foto en el recibidor.

Y eso que ambos muertos tenían hermanos, hijos, personas cercanas que se dolieron sinceramente de su muerte, y personas más lejanas que simplemente se asombraron. En cuanto a su catadura personal, si hubieran tenido que someterse al juicio de Osiris ambos habrían salido bien parados, ya que cuando Anubis hubiera pesado sus corazones, la balanza se habría mantenido en un aceptable equilibrio con la pluma que representa la conciencia y la moralidad.

Los romanos creían que la inmortalidad de un hombre residía en su capacidad para ser recordado por la mayor cantidad de gente la mayor cantidad de tiempo. La tradición cristiana, en tu época, consideraba que las donaciones benéficas y las misas que se dijeran en nombre del difunto contribuían a acelerar su tránsito al cielo. Resumiendo, "y llegados" tampoco somos iguales. 

Por utilizar tu mismo símil: "los ríos caudales" verán como su desembocadura se convierte en un paraje privilegiado, digno de ser visitado, y adornado con zonas de paseo y disfrute, mientras que a "los ríos más chicos" se les soterra dentro de una cañería para que no estropeen la playa.

Jorge, desengáñate, en la muerte también hay clases.

Carlos de Haes "Desembocadura del Sena"  XIX, Museo de Prado

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