Cuando escuchamos música hay ciertos elementos que, a veces, pasan desapercibidos. Para muchas personas escuchar música es un acto reflejo; encender el equipo de música, elegir un disco o una cadena de radio y a otra cosa.
El verdadero placer de la música es escucharla, es decir, no hacer nada más que intentar entrar en ella. Hay varios libros que explican cómo sacar el máximo provecho de la escucha musical, entre ellos uno de Aaron Copland que siempre suelo tener por aquí. Se titula: "Como escuchar la música".
Y es que, a pesar de que todos escuchemos música, cada uno la "digerimos" de forma distinta.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la música sale de la cabeza de una persona, y también del alma, con lo cual, esa música tiene una finalidad concreta; la que el propio autor le ha querido dar. Entrar a jugar con ella y desenmarañar su significado es un ejercicio que nos puede ayudar a entender a otras personas, a la vez que nos puede servir de pasatiempo y de relajación.
Lo realmente fascinante de la música es la conjunción de varios instrumentos que, al sonar simultáneamente, dan sentido a la pieza. Pararse a separarlos dentro de nuestra cabeza nos puede dar una idea más precisa de la magnitud de la composición y del trabajo realizado por el autor. Es complicado y a veces requiere concentración y un poco de práctica, pero si nos fijamos en la percusión, en el bajo, en la melodía principal, etc., estaremos un poco más cerca de lo que pensaba el compositor cuando se sentó a escribirla.
Separar los instrumentos que nos resulten conocidos puede ser una tarea ardua, imaginaos si escuchamos una pieza sinfónica.
Os animo a que lo intentéis y, por supuesto, si estáis en un concierto, vais a descubrir muchos más matices de los que encontraríais si solo os dedicáis a oír lo que suena.