OPINIóN
Actualizado 21/05/2014
Fermín González

Quizás uno ya tenga años sobrados para añorar y recordar cosas, ni mejores ni peores seguramente, simplemente que son otras... pero muchas de ellas no volverán, porque se han perdido para siempre, y es una lastima, algunas eran muy valiosas.. oiga-..

Dicen, que las añoranzas encierran tristeza: Pienso sin embargo que, añorar es rendir un tributo al recuerdo de las cosas agradables que de uno se han ido alejando, y, que tal añoranza del pasado, tiene un natural sentido espiritual. Refiriéndome a los toros, creo, que muchos aficionados veteranos habrán llegado a percibir ligeros conatos de añoranza de aquella feria taurina de Salamanca, cuando los toros eran el eje y el bullicio de una ciudad en ferias. Todo esto ocurría cuando este espectáculo era bravo, emocionante, vivo y favorito de los españoles? ¿Quién no fue improvisado torero?... Se toreaba en barrios, patios, plazuelas, capeas, fiestas pueblerinas y, mucho, mucho de salón, donde después de oir los pormenores de los relatos retransmitidos de la radio, uno tomaba trapo y palillo en mano, para emular de aquella manera; a las figuras de la epóca, poniendo todo el entusiasmo y tanas ganas en su imitación, que uno mismo se emocianaba?¡ Como no añorar aquella fiesta!... Aquella que, uno creyo siempre era inconfundible, incomparable entonces; hasta creíamos que era inmortal.

La afición a las fiestas taurinas, amen de manifestarse en las plazas de toros, constituían después de las corridas y durante la temporada muchas reuniones en cafés y casinos donde se congregaban individuos reducidos en numero pero selectos en calidad, para hablar de la fiesta, comentando sus accidentes, juzgando lo bueno y lo malo de las ganaderías y apreciando la capacidad y valor de los lidiadores. No existían apenas peñas o círculos organizados como los hay ahora, donde se juntan los partidarios de determinados diestros.

Los cenáculos de la época eran absolutamente particulares, se componían de aficionados de diferentes gustos y de distintos pareceres en cuanto al mérito de los toreros. Cada uno tenia su preferido y en las discusiones que se suscitaban, defendían lo que estimaban mejor de sus dotes gesto y torería del espada simpatizante.

   Había aficionados de total competencia en la materia, que los juicios sobre reses y toreadores los escuchaban con respeto los más acreditados ganaderos y los más afamados ases de la torería que alguna que otra vez hacían acto de presencia y oían sin perder detalle las indicaciones y consejos de aquel tribunal, cuyos fallos gozaban de un razonable prestigio.

   Eran reuniones, donde casi todos los asistentes eran de edad madura, por lo tanto habían tenido ocasión de presenciar y dar fe de los contrastados estilos que mantuvieron los gloriosos espadas. Al tiempo que se les concedía a los más viejos cierta autoridad, puesto que sus opiniones se difundían entre los aficionados, sirviéndoles para orientarse en sus observaciones y dictámenes en la plaza. Estas tertulias apenas tienen hoy razón de ser, porque aparte de saberlo todo, hoy no sabemos escuchar, todos somos unos entendidos, aunque luego en la plaza haya un palmaria demostración de ignorancia, de aplaudir con frenesí, y solicitar los trofeos sin tasa ni medida que lo justifique. Convendrán conmigo que hoy a los públicos asistentes les faltan "cimientos taurinos". Claro que estos son los que más gustan a empresas y toreros. Pasen y vean.-

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