OPINIóN
Actualizado 21/05/2014
Rafael Bellota Basulí

No todo vale, pero no hay otra.

Tarde o temprano tenía que llegar ese debate en que se lanzase la voz de alarma sobre el uso de las redes sociales.

Las redes sociales son el altavoz de aquella gente que no tiene ningún pudor en revelar sus sentimientos, bondades o mezquindades ante los suyos y también ante el resto de vecinos del mundo mundial.

Ahora muchos se echan las manos a la cabeza porque cuatro niñatos, hombrecillos o lo que sean, han expresado con muy mal gusto y falta de todo lo que piensan sobre el asesinato de la presidenta de la diputación de León.

Claro que está mal hacerlo, que es una falta de dignidad, de hombría, de respeto, de todo. Pero ¿cuántos indignos e irrespetuosos hobrecillos habitan este mundo? Muchos y, por muchas bondades que tiene internet que las tiene, tambien tiene sus posibilidades malvadas que los humanos saben encontrar rápidamente, y estas, por mucho que nos empeñemos, no se pueden controlar, van intrínsecamente unidas a la definición de red de comunicación, abierta y sin límites que la red de redes ofrece.

Puede el ministro del interior decir que se va a perseguir a aquellos que hagan apología de la violencia en las redes; por voluntarismo que no quede, pero esto es como empezar a contar los granos de arena de la playa.

La evolución humana tiene estas cosas y ahora la tecnología nos lleva a poder decir aquello que antes no iba más allá de los comentarios en la barra del bar o en la mesa del comedor de casa.

Nos guste o no, nos tendremos que acostumbrar a esta nueva mezquindad del ser humano, una más, que se viene en este caso de la mano del desarrollo tecnológico.

Mejor que empezar a contar los granos de arena de la playa, los políticos tendrían que empezar a dar buenos ejemplos, a educar a los jóvenes en buenos principios de integridad, moral y solidaridad, a ofrecerles una buena educación y formación. Con ello se obtendrían mejore resultados que persiguiendo a personajillos con los que no merece perder ni un minuto de tiempo. Pero claro, es difícil tarea que parte de un mal ejemplo con ellos mismos.

Recuerdo cuando era niño, yo tendría unos 12 años, que un día le dije a mi padre que un profesor del colegio me había cogido manía y me hacía la vida imposible. En mi candidez infantil se me ocurrió decirle que había pensado mandarle un anónimo diciendo lo mala persona que era. Mi padre me miró muy serio y me dijo que los anónimos solo los mandan los cobardes. Fue para mí una gran lección que nunca olvidé.

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