Banquete en Casa de Leví. Galleria della Academia, Venecia.
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OPINIóN
Actualizado 20/05/2014
Montserrat González

Cualquier excusa es buena para viajar a Londres, sobre todo ahora que aún estamos a tiempo de visitar, hasta el 15 de junio, la gran exposición que la National Gallery dedica a Veronés, uno de los pintores más influyentes del siglo XVI.  La muestra ofrece más de 50 obras del pintor, muchas de las cuales han viajado a Londres por primera vez, procedentes de iglesias, villas y museos de Italia, España, Francia y Austria, y de diversos museos estadounidenses así como de colecciones privadas.  Todas sus facetas creativas están representadas, desde retratos a retablos, decoraciones alegóricas y pinturas mitológicas.  Algunas de estas pinturas han vuelto a reunirse desde que salieran de los talleres de Veronés, como Marte y Venus unidos por el amor y Cuatro alegorías de amor, o los dos retablos pintados para la iglesia de San Benedetto Po, en Mantua.

Paolo Caliari (1528-1588), conocido como Veronés, fue uno de los más renombrados y codiciados artistas venecianos del siglo XVI. En 1556, cuando el joven Caliari hacía un año que se había establecido de manera definitiva en Venecia, procedente de su Verona natal, el escritor Francesco Sansovino en su libro Las Cosas contables de la ciudad de Venecia, una de las fuentes esenciales para el conocimiento del arte renacentista en la Serenísima República veneciana, afirmaba cómo desde este momento Paolo comenzaba a darse a conocer no solo como "raro" en su profesión, sino también por su suave estilo de conversar y de relacionarse con las personas.  Caliari acababa de vencer en el concurso para la decoración de la bóveda de la Biblioteca de San Marcos, el grandioso edificio levantado por el arquitecto Jacopo Sansovino frente al Palazzo Ducale, cerrando así la piazzeta de San Marcos. Veronés había triunfado frente a importantes maestros venecianos, siendo el mismísimo Tiziano, maestro de maestros, quién le habría otorgado el premio. A partir de ese momento, sus obras adornarán iglesias, palacios señoriales, casas y edificios públicos de toda la región del Véneto, y son inseparables de nuestra idea de la grandeza de la Venecia de ese momento. Junto a Tiziano y Tintoretto completa el círculo de los grandes maestros de la escuela de Venecia caracterizados por la primacía del color frente al dibujo y el naturalismo y la sensualidad por encima de cualquier otra consideración intelectual.

La exposición de la National nos devuelve a la Venecia del Renacimiento con sus canales, sus arquitecturas, sus cortesanos, sus fiestas y la opulencia que hicieron de ella una de las más famosas ciudades del mundo. El centro de la cultura, del placer y la alegría.  Las pinturas del Veronés son magníficas visiones de ese esplendor veneciano patente en sus espectaculares fiestas, en esas escenas extraordinarias y maravillosas acompañadas de suntuosos marcos dorados que realzan los no menos suntuosos interiores. Toda la vida de Venecia está en sus pinturas: el poder, el lujo, el triunfo, una determinada idea de la religión, la magnificencia o la misma pintura, la arquitectura de Palladio y Serlio, todo, desde el punto de vista de la sociedad veneciana del Renacimiento tardío.

Siempre he querido formar parte de esa fiesta visual que son los cuadros del Veronés, especialmente en sus composiciones de banquetes o cenas, como las Bodas de Caná del Louvre, ser uno de esos extraordinarios y maravillosos personajes tan lujosamente vestidos y enjoyados con el brillo del oro y la blancura de las perlas. Formar parte de esa riqueza colorista, llena de tonos rojos, azules y verdes, dorados por la brillante luz del Veronés.  Perderme en esa  multitud de detalles que guían el ojo del espectador por toda la composición: flores, jarrones, armaduras, sedas, bufones, monos, sirvientes y un largo etcétera de objetos fabulosos. Y experimentar las emociones y sensaciones placenteras de las que nos hablan sus narraciones, de los ambientes festivos, increíblemente felices pero también increíblemente tristes. Participar en esos majestuosos teatros, escenarios para disfrute y deleite del espectador, como el monumental Banquete en casa de Leví que conserva la Galleria della Academia de Venecia, donde la arquitectura marca el ritmo de la composición. Esta monumental obra, de más de trece metros, terminada en 1573 para el refectorio del convento de los dominicos de San Giovanni y San Paolo supuso la denuncia ante la Inquisición por la falta de decoro y su excesiva profanidad. Veronés defendió con palabras claras la libertad del artista pero se vio obligado a cambiar el nombre de la obra y de su primera intención de llamarla Última Cena, pasó a denominarse: Banquete en casa de Leví, tal y como la conocemos en la actualidad.

La muestra de la National nos habla también del gusto por los colores claros y brillantes, la luz difusa pero de gran claridad, los escorzos pronunciados y atrevidos y sobre todo de la suntuosidad y dinamismo con la que Veronés nos va hablando ya de la gran pintura del barroco. Paolo Caliari también es considerado como el artista de los artistas. Sin sus creaciones difícilmente podíamos entender la obra de los Carracci, Rubens, Watteau, Van Dyck o el mismo Delacroix. Todos ellos copiaron y estudiaron las obras del maestro veneciano y el uso tan particular de la luz. Baste como ejemplo La Adoración de los Magos, de 1573, que abre este comentario, restaurada recientemente por la National, el cuadro exhibe ahora una luz que envuelve delicadamente el cuerpecito del Niño Jesús y en los toques de blanco de la punta de sus dedos, esa luz dorada se refleja buscando el maravilloso rostro del anciano de barba blanca llenando de carga espiritual y vigorosidad toda la escena.

Y si no podemos viajar a Londres, siempre nos quedará el Museo del Prado que posee una de las mejores colecciones de pintura de Veronés, testimonio del gusto que en el siglo XVII, momento en que entraron en la colección real, se experimentó por la obra del artista italiano. Algunas de las obras, como la maravillosa Venus y Adonis, fueron adquiridas por Velázquez para Felipe IV. 

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