OPINIóN
Actualizado 19/05/2014
Javier González Alonso

En la actualidad, Europa, aún siendo una potencia económica mundial, se comporta de forma pasiva ante los grandes desafíos sociales que hay en el planeta, como las desigualdades o el cuestionamiento de la universalidad de los Derechos Humanos. Hay mucho en lo que trabajar para encontrar soluciones al cambio climático, la proliferación nuclear, los múltiples conflictos locales o el inaceptable saqueo de recursos naturales. Y todo ello tiene que realizarse desde la democracia, la responsabilidad, la transparencia y teniendo muy claro que, bajo ningún concepto, se pueden dejar de lado los principios universales.

Que, actualmente, hemos dejado de ser tenidos en cuenta es algo obvio; basta recordar los conflictos en Ucrania o Siria, para ver como, por el comportamiento pacato de nuestros actuales gobernantes, tanto a nivel europeo como nacional, la UE hace el más espantoso ridículo cuando se le presenta un grave problema internacional. Nuestro actual gobierno, incluso, es capaz de dejar de lado el concepto de Justicia Universal en la Reforma del Código Penal, beneficiando a narcotraficantes, corruptos, malversadores y otras especies afines. En este sentido, una UE fuerte, debería asumir la defensa de esa Justicia Universal, evitando este flagrante caso de beneficio para el delincuente.

Una Justicia Universal que debe empezar por el enjuiciamiento de los líderes de Estado que han comenzado una guerra de agresión, como fue el caso de Bush, Blair y Aznar en Irak; o los múltiples conflictos menores que actualmente sufren multitud de países. También pasa por la denuncia inmediata de cualquier agresión a la dignidad humana, sin tener en cuenta quién la comete, o los posibles beneficios económicos que pueda acarrear ese apoyo. Es necesaria esa política común, aparcando los intereses nacionales, que nos conviertan, nuevamente, en un actor de peso en la escena internacional. La unión hace la fuerza, pero nos empeñamos en defender los intereses exclusivamente nacionales, cuando la lucha contra la corrupción, el lavado de dinero, los paraísos fiscales, los flujos financieros ilícitos y las estructuras fiscales perjudiciales son un problema común.

Olvidamos con demasiada frecuencia que la UE fue creada para garantizar la paz, tras las dos guerras "mundiales", sustituyendo el enfrentamiento por la cooperación. La UE debe promover activamente la no violencia y la cultura del diálogo, la mediación, la reconciliación y la cooperación. Y esto pasa por la lucha contra la pobreza, el hambre, la destrucción medioambiental y la exclusión de la mujer. También olvidamos que somos grandes productores de armas (el ministro de Defensa español, señor Morenés, hasta el momento de su designación, estaba dentro de esa industria de fabricación de bombas de racimo), y que muchas de ellas deberían ser prohibidas, como las municiones con uranio empobrecido, el fósforo blanco, las minas terrestres o las bombas de racimo.

Verde es el color de la esperanza, de la paz, y es lo que van buscando los 40 millones de refugiados que, según datos de ACNUR, existían en 2013 en el mundo. Europa, con su población envejecida, sólo acogió a 4.500 de ellos, frente a los 80.000 de EE.UU. Nosotros, blancos y ricos, condenamos a miles de ellos a una muerte segura "gracias" a los controles cada vez más estrictos establecidos en las fronteras, sin abordar las cuestiones que obligan a las personas a emigrar, hechos que deberían ser contemplados tanto en nuestro comercio como en las políticas de desarrollo

Ahora que el cambio climático empieza a ser tomado en consideración, es el momento de incorporar el concepto de refugiados climáticos a la ley internacional. La financiación climática va a jugar un papel clave para los países en desarrollo, los más perjudicados por nuestras aciagas políticas industriales, debería complementar las ayudas al desarrollo de los países más pobres y la transición a un modelo social, verde, equitativo y democrático, donde debería incluirse la subordinación de las reglas comerciales a los derechos humanos, sociales y medioambientales. Podríamos empezar por la adhesión de nuestros vecinos más cercanos, los países balcánicos y Turquía; o fortalecer los compromisos con los países del sur del Mediterráneo, o la Alianza Oriental, con Ucrania, Georgia y Moldavia. Se trata de no vender nuestros principios.

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