Por circunstancias aciagas se ha colocado esta semana en primera línea de la información y del debate un antiguo tema, del que algunos, incluidos quienes tienen mando en plaza, parecen no haberse enterado hasta ahora. El anonimato de Internet, y añadiría yo que cualquier anonimato, da para mucho exceso y para mucha impunidad. No pretendo entrar en el análisis ni del crimen de León, ni de los más o menos desafortunados comentarios que han venido detrás. Descanse en paz la fallecida. Pero verán ustedes que las redes sociales están caldeadas al margen de este tan lamentable suceso.
Leía el otro día, con ojos asombrados, el siguiente mensaje público: "Para los retrasados que 'hacen teatro' en la Casa del Estudiante, por favor, callaos un puto año no me jodas, que las bibliotecas están para estudiar no para hacer la mierda que hacéis". No soy capaz de decir lo que hace más daño a mi callosa sensibilidad: si la ignorancia de la gramática, si el dominio de vocabulario escatológico o si la mala leche que el autor destila entre sus anárquicas comas.
Pasaría con mucho gusto de este tema, precisamente para no dar protagonismo a los anónimos que no se lo merecen. Qué le vamos a hacer, no estamos ante un fragmento del Lazarillo de Tormes. Sin embargo, como amante de la literatura, como aficionado al teatro y como universitario admirador de iniciativas culturales en las que uno participa en la medida que todo lo demás se lo permite, no me puedo quedar tranquilo sin un comentario en frío sobre lo que dice esta o este malhablado.
Y no me vale como causa de justificación el que estemos en tiempo de exámenes, y que los nervios estén en el disparador. Es seguro que el eminente escritor anónimo, no ha utilizado una neurona para redactar su profundo mensaje, pero eso no es necesariamente porque las tenga ocupadas en el estudio de la física cuántica o del litisconsorcio pasivo necesario. Además, muchos otros estamos en examen contínuo, y toreando sin sosiego en plazas de esta ciudad y hasta de más allá, y nos toca tener los ánimos controlados y la prudencia ordenando nuestra conducta. Tal vez porque no seamos partidarios del toreo a cara tapada.
Me interesa de todo esto, en especial, algo que en realidad no es nuevo: los obstáculos que algunos grupos culturales tienen que afrontar para hacer bien su trabajo, para el que disponen poco más que de su estusiasmo voluntarista. Conozco bien a muchos de los que utilizan su escaso tiempo libre para ir a la Casa del Estudiante, en horas inverosímiles -las tres de la tarde de muchos domingos, por ejemplo-, a practicar técnicas de actuación, a mejorar su dicción, a superar miedos escénicos y, en definitiva, a ensayar tanto piezas breves de intensidad humorística, como obras clásicas de gran calado, y hasta estrenos mundiales de obras escritas, con cuidadoso mimo y con ferviente apoyo de la correspondiente musa, por quien dirige todo este complejo entramado de buenas voluntades.
Entre los inconvenientes con que se han encontrado estos estudiantes aficionados al teatro durante sus largos meses de preparación está la incomprensión de espíritus obtusos y egoístas, que se limitan a hacer como que estudian y se empeñan en hacerlo al lado de la habitación que el grupo de teatro tiene reservada desde hace tiempo, precisamente en la Casa del Estudiante, casa que, salvo que se me explique con detalle lo contrario y a pesar de lo que dice el ilustre autor del mensaje anónimo, dista de ser una biblioteca, por la misma razón que el estudiante no es solamente el que hace como que estudia, sino sobre todo el que tiene vida cultural más allá de unos apuntes mal tomados.