He pasado unos días de dolor, ensimismado de una pena vaga. Y me fui a dialogar con un hombre de voz milagrosamente iluminada e iluminadora, esclarecida y esclarecedora. ¿Cómo salí de la entrevista? Déjenme ustedes que sea vulgar. Salí como chico con zapatos nuevos. Me vine a casa cantando por la calle. Se acababa de producir en mí una especie de renacimiento. Mejor aún: una pequeña resurrección inmensa. Ya era yo otro, sin dejar de ser yo mismo. La voz iluminada de ese hombre me había dejado como nuevo.
Todos tenemos experiencias de que, en momentos difíciles, de dolor, desorientación, tristeza, alguien nos ha sabido comprender, porque nos amaba, y que con su conversación, con su palabra cálida nos transmitía paz, serenidad, nueva ilusión, ganas de vivir y mejorar la propia vida, así como ayudar la existencia de los demás.
Pequeñas resurrecciones son:
Resucitar es permitir que reine el amor en nuestra vida, y no el odio; se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte; ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? [?] Estoy seguro que ni la muerte no la vida [?] ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestando en Cristo Jesús, Señor nuestro». (Rm 8,35-38). Si Dios es amor, ¿cómo no va a ser el amor lo más fuerte? ¡A Dios no se le muere nadie! Si Dios me ama, nada ni nadie me separará de su amor; él me ama con amor eterno (Is 54,8), que traspasa los tiempos y supera las muertes.
Jesús se hace presente en medio del miedo de sus discípulos; los discípulos pensaban que los judíos les harían e ellos lo que le habían hecho a Jesús. Jesús encuentra a los apóstoles encerrados. Tiene un gran valor simbólico subrayar que estaban «con las puertas cerradas», todavía ocho días después: quiere decir que cuesta abrirle las puertas al Señor. Parece que las hemos abierto una vez, pero después las volvemos a cerrar. A pesar de que Jesús ha resucitado, cuesta desprenderse del miedo y de la tristeza.
Muchos cristianos parecen pensar ?como dice Evely? que, tras la Cuaresma y la Semana Santa, los cristianos ya nos hemos ganado unas buenas vacaciones espirituales. Y si nos dicen: «Cristo ha resucitado»; pensamos: «¡Qué bien! Ya descansa en los cielos». Lo hemos jubilado con una pensión por los servicios prestados. Ya no tenemos nada que hacer con él. Necesitó que le acompañásemos en sus dolores. ¿Para qué vamos a acompañarle en sus alegrías? Y, sin embargo, lo esencial de los cristianos es ser testigos de la resurrección, mensajeros de gozo.