OPINIóN
Actualizado 16/05/2014
Marta Ferreira

Fue la tarde noche de hace unos sábados y aún sigo meditando sobre ello. Fui a ver una obra de teatro, un drama, "Emilia", de Claudio Tolcachir, al Liceo, y no me dejó indiferente. Siempre he entendido que de eso trata el arte, por así decirlo, de no dejar indiferente, de que escuchado, visto, sentido? lo que hayas ido a ver, te haga salir de allí con algo que te lleve a meditar o a pensar o, qué menos, que a hacer alguna reflexión.

En fin, cumplida la misión del arte entendido más allá del entretenimiento, la obra me ha dado que pensar, y reflexionar? y mucho. La historia versa sobre el amor, el amor desde distintas relaciones y perspectivas: la de una mujer con un hijo a su cargo, que se cobija en una relación con un hombre que le da estabilidad económica y un padre a su hijo; la de un hijo,  que si bien quiere a ese padre adquirido, no puede evitar querer más  a su padre natural y desear su presencia; la de ese marido criado por una "tata" porque sus padres no tenían tiempo para él y que, acostumbrado a tener todo lo que quiere y a no recibir un no por respuesta, el amor lo vive como sinónimo de posesión; la de la "tata" que quiere a ese niño criado como un hijo hasta ser capaz de cubrir sus fechorías, y la del padre verdadero del niño, un pobre desgraciado de la vida, que si bien quiere a su hijo, es incapaz de tener una relación de cualquier clase con nadie porque al primero que no se quiere es a sí mismo.

Son historias de amor todas ellas, de amor mal entendido, de lo que el ser humano es capaz de hacer en nombre del amor sin ser consciente de que no se trata de amor sino de egoísmo. Se presentan unos personajes abatidos por la mala suerte y una vida desgraciada, que les han conducido a buscar relaciones de conveniencia, que en apariencia les proporcionan seguridad o una vida normal pero que están destruidos por dentro. La relación más de verdad, más de amor incondicional, nos viene reflejada en ese amor que la "tata" siente por ese hombre que para ella sigue siendo un niño y al que se siente obligada a proteger incluso encubriendo un crimen.

Sí, el protagonista acaba matando a esa mujer que se supone  ama porque ella, incapaz ya de mantener esa ficticia familia que ha creado para su hijo, y al borde de la locura, decide abandonarlo. La "tata", cuyo comportamiento es más el de una madre, encubre el crimen y paga por ello. Una mujer sola que encuentra en el pabellón de maternidad de una prisión su última morada.

Terrible, ¿no creen? Una auténtica tragedia que no termina en esa cárcel y con esa anciana cubriendo el crimen de su hijo sino que empieza en la casa en que convive esa familia creada a conveniencia para dar a un niño un padre,  y a un hombre la familia que nunca tuvo  y que  lo ha convertido en un egoísta posesivo incapaz de ser feliz más que en apariencia.

¡Qué difícil es esto del amor y más en estos tiempos! Cada día más convencida de la importancia del amor recibido en la infancia con la seguridad que eso conlleva, cada vez más segura de la necesidad de quererse a uno mismo para poder amar a otro, totalmente segura de que el amor es generosidad y naturalidad y de que en las fábricas y en las manufacturas pueden crearse instrumentos, pero que las personas somos seres que por mucho que queramos, a Dios gracias, estamos fuera del comercio de los hombres.

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