Cuánta miseria de espíritu nos ha tocado vivir en los últimos tres lustros de música española. Cuánta pobreza cultural y, lo que es peor, cuánta riqueza de incultura. Sin embargo, todavía algunos se llevan las manos a la cabeza porque la industria discográfica se va a pique. Muchos señalan como culpables a la SGAE, al internet con pata de palo y a ciertos programas de la podrida teleficción, tan dados a modelos de triunfo express y famas pasajeras. De una forma o de otra, siempre hay alguna fuga de gas en casa del fabricante de cerillas. Y el disco de las horas felices termina, poco a poco, por rallarse.
La escena musical tiene cien caras y hay, por lo menos, noventa que no se ven desde fuera. Las otras diez se maquillan con muchas pequeñas mentiras, con muchas cifras a medias, con fotocol y flashes en demasía, con Kilogrammys Latinos, Pis FM y 40 Criminales a todo volumen, y hasta con los rizos de Bisbal y los pezones de Shakira. Pero el principio del fin comenzó ya el siglo pasado, cuando el pastel no daba para tanta gula ególatra y las multinacionales se vieron amenazadas por la libre distribución en internet, la pequeña industria artesanal y los estudios caseros. Las cifras de los discos de oro, platino y diamante terminaron por ser el falaz disfraz del desnudo y las propias discográficas empezaron a vender material que ellas mismas compraban, con la fraudulenta intención de que los mediocres números de sus mayoritariamente mediocres artistas se multiplicaran hasta el engaño del gran público, tan acostumbrado a consumir superventas y canciones del verano. ¡Booooombaaaaa!
Murieron la cassette y el CD en este precioso tiempo. Mataron de homicidio legal a Megaupload. Resucitó, paradójicamente, el vinilo, aunque a un precio más caro que cuando imperaba la peseta (edición coleccionista es la etiqueta que apadrina el timo). Cerraron 9 de cada 10 tiendas de música. El Corte Inglés, Carrefour y Mediamarkt se repartieron las sobras del expolio. Las grandes cadenas exprimieron el insípido limón de Operación Triunfo, Fama, Factor X y El Número Uno? Así hasta llegar a La Voz y al impostado melodramatismo de sus coaches. ¡Dios nos coja confesados!
Se impuso la ley Sinde. Comenzó la era de Youtube y Spotify. Llegaron a nuestras vidas los fenómenos de Adele, Pablo Alborán y Justin Bieber. Y se lloró en todo el planeta la muerte de Michael Jackson. Lo que nadie ha llorado todavía es la triste realidad de nuestras estadísticas: 7 de cada 10 grupos amateurs en España han desaparecido con la llegada de la crisis y el caché de los grupos profesionales se ha reducido, desde el 2009, a más de la mitad. Lo que nadie ha llorado todavía es que la falta de ayudas y de conciertos y de vergüenza política nacional iba a beneficiar, una vez más, a los poderosos de siempre, como en todo sector español en recesión que se precie. Por esta razón, Sony, Universal o Warner pudieron contraatacar. Ellos, directa o indirectamernte, hicieron cantar a Sergio Dalma en italiano, pusieron a régimen a Rosa, le cambiaron el peinado a Melendi y obligaron a grupos como Estopa o La Oreja de Van Gogh a sacar un disco cada cierto tiempo pactado, independientemente de su calidad. Se trata de vender, ese el fin. Y, cuando la fórmula funciona, hay que repetirla. ¡Tú sí que vales, tú sí que vales!
Lo que nadie ha llorado todavía son las cifras que nos avalan: han cerrado la mitad de las salas de música en España con respecto al 2006; los músicos son uno de los gremios más perseguidos por las inspecciones de trabajo; el actual gobierno nos exige un carnet para poder tocar legalmente en lugares públicos. La historia se repite: siempre es el creador el único que apuesta honradamente por sí mismo. Y si el contrato se rompe, que se joda el creador, sus seguidores y hasta su santa madre, cualquier damnificado es un mal menor para la compañía (de nombre compañía porque te acompaña en el triunfo, aunque te desacompañe en el fracaso). Y cuando mueren genios a los que no les fiaban ni para grabar un nuevo disco, como ocurrió con Antonio Vega, Mercedes Sosa o Chavela Vargas, enseguida hay un grupo de malnacidos que se frotan las manos en la soledad de sus avaricias y no pierden ni un segundo para lanzar al mercado un recopilatorio a la salud del difunto de turno. Qué vida ésta. Quién pudiera mear esplendorosamente en la boca que se alimenta del hambre ajeno.
Hay muchos papeles mojados en este oficio. Todos los ingredientes de la profesión musical son bien conocidos y mal sufridos por quienes mantenemos el tipo gracias a la autoproducción y el apoyo de cierto público despierto. No nos queda otra heroicidad que aliñar el plato de la humildad con más liebre que gato, sobra de amor propio y falta de padrinos. Hablo de resistir agarrado al mástil de un barco que se hunde, porque los capitanes lo abandonaron al ver llegar las ratas; ¿o fue al revés? En mi caso, son ya catorce años disfrutando escenarios y padeciendo la otra escena musical; dejando atrás conciertos y carreteras, pero también falsas oportunidades; diciendo no a castillos de aire y sí a canciones de aire. Catorce años comprometido con un arte tan bendito como maldito. Otros, con más tiempo en el oficio, han perdido ya las ganas de levantar la voz.
Mientras tanto, los mandamases, ¿qué proponen?: LOS ARTISTAS ceden a LA COMPAÑIA el 50% de los derechos editoriales, el 50% de los derechos de imagen, el 45% de los derechos de autor y, si te descuidas, el 10% de los beneficios del directo. LAS COPIAS destinadas con fines PROMOCIONALES serán descontadas de la liquidación final de LOS ARTISTAS del total de las ventas de la obra. LA COMPAÑÍA ostentará prioridad frente a otras posibles compañías en la potestad de GRABACIÓN, EDICIÓN y DISTRIBUCIÓN de futuras obras de LOS ARTISTAS. Tiene gracias, lo sé, pero a mí no me la hace? Jodidos cazatalentos. ¿Y si a LOS ARTISTAS no les da la real gana de pasar por el aro abusivo de LA COMPAÑÍA?... Nadie responde. Silencio. Más silencio. (A lo lejos, si prestan atención, suena la música de otros).
No aprendemos. El circo cambia de dueño, pero los payasos siguen siendo los payasos. Y Duncan Dhu vuelven al ruedo. Y dos de cada tres peces gordos se van a vivir a Miami para eludir lo que aquí tributarían. Y Caco Senante asegura, promete, jura que pone la mano en el fuego por Teddy Bautista. Y se inventan para Raphael el Disco de Uranio. Y los grupos se reducen o dejan de existir. Y, donde antes tocaban siete personas, hoy tocan tres. Y, donde antes se programaban tres días a la semana, ahora se programa uno como mucho. Y a las muertes de Germán Coppini o Pete Seeger se les dedica 30 segundos de un informativo donde el fútbol ocupa 20 minutos diarios. Y si pagas lo estipulado, te mantendremos tu canción otra semana en lista, muchacho. Y si tu canción no vende, la hacemos por reggaeton y la mandamos para el otro lado del charco, por un módico precio. Pero nadie levantará la voz jamás porque hayan desaparecido en los últimos cinco años algunos de los mejores grupos de nuestra historia musical reciente, como La Cabra Mecánica, ElBicho, Ojos de Brujo, Mártires del Compás, La Excepción o Los Delinqüentes. Pero nadie levantará la voz jamás porque el paripé de Eurovisión lo paguemos entre todos y la canción de La Vuelta Ciclista se ofrezca al mejor postor y las dos canciones españolas más reconocidas en la escena musical internacional sean La Macarena y el Aserejé. ¡Qué cosas!
Por suerte, todavía el flamenco resiste, y el rap, y los incombustibles cantautores, y el heavy, y las corales de barrio, y los coros de iglesia, y las bandas de tambores y cornetas. No es borreguismo todo el corral.
Doy gracias a la vida por los miles de niños que acarician por primera vez el asombro de una guitarra o de un piano, y por los miles de músicos que no tocan para vivir, sino justamente al revés.
No van a conseguir callarnos. Mientras haya música, habrá esperanza. Y mientras haya desperanza, habrá música.