OPINIóN
Actualizado 12/05/2014
Francisco Iglesias

Violeta tenía 29 años, era joven y seguramente estaba intensamente enamorada de su trabajo, como nos suele ocurrir a los psicólogos, sobre todo al principio de nuestra relación con la profesión, que suele ser vocacional y en la que es difícil meter cabeza en un principio, por eso cuando tenemos nuestros primeros trabajos la motivación, el empuje es fuerte, y compensa en muchas ocasiones la falta de experiencia, experiencia que cuando por fin se tiene compensa la falta de empuje, pero supongo que esto pasa en casi todas las profesiones.

Violeta iba a cumplir 30 años en unos días, esta zamorana había estudiado en la Universidad de Salamanca hace muy poquito tiempo, y desde hace menos estaba trabajando en un Centro Psiquiátrico de Palencia, había elegido el camino de los que nos ponemos en la piel de los otros para hacer nuestro trabajo, el de especialistas de la conducta, el pensamiento y las emociones de los hombres, que seguramente es las más imprevisibles e ilógicas que existan

Violeta se convirtió en víctima de su amor, de su profesión, el miércoles de la semana pasada, a manos de una de las pacientes del centro donde trabajaba que acabó con la fuerza de su empuje de manera incomprensible e ilógica, como sólo los seres humanos actúan.

Violeta hubiese estado encantada de acompañar a la paciente que acabó con su vida en el camino de su recuperación y seguro que hubiese hecho los esfuerzos necesarios para ponerse en su piel, entender lo ilógico de su interior y ayudarle a poner orden en su caos.

Violeta se ha ido para siempre, el gremio de los psicólogos está de luto por la pérdida ilógica de nuestra compañera, nos ha hecho parar en seco: ¡qué difícil es encontrar ahora sentido a la conducta de los otros y a la nuestra propia!

Violeta, me comprometo contigo: seguiré intentando ponerme en la piel de los otros

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