OPINIóN
Actualizado 12/05/2014
Sagrario Rollán

Martha Nussbaum (premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales 2012) en  su obra Sin ánimo de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. (Katz, Buenos Aires- Madrid 2010), nos plantea la cuestión insoslayable para todo educador que se precie acerca de los valores que guían la educación en las sociedades desarrolladas. Su planteamiento  me parece especialmente digno de atención en este punto: Se trataría de ser capaces de reconocer nuestra indigencia, tanto en los primeros ámbitos de socialización-dependencia que el niño vivencia desde pequeño, como en los espacios de la escuela y la ciudadanía. Nos cuesta reconocernos como seres incompletos e imperfectos, no aceptamos los errores, los fallos nuestros nos avergüenzan y los defectos de los otros nos irritan, nos provocan rechazo y desprecio, lo cual genera brechas primero emocionales y luego ideológicas,  para justificar aquellas que derivan en  el paradigma "nosotros" y "los otros", extremadamente fácil de manipular.  Ese narcisismo (ya analizado por Freud, pero en su caso como causante de patologías individuales)  es un problema subyacente a  los mecanismos que de alguna manera modelan los sistemas educativos. Parece que dichos sistemas estuvieran pensados en buena parte como encubridores de las debilidades de la naturaleza humana, concebida unidireccionalmente y  en exclusiva desde las categorías de la racionalidad. 

Los contenidos que se transmiten en la escuela son normativos y memorizables, datos,  hechos  y cifras que se traen, se llevan y se olvidan. De modo que los valores que orientan y sitúan la conciencia del niño o adolescente en su momento más crítico y delicado han llegado a quedar como apéndices marginales de materias no evaluables, o en programaciones ficticias de "valores transversales". Sin embargo, frente al  marasmo incontrolable que enflaquece la educación, y a pesar de los fracasos escolares, de las conductas disruptivas en las aulas, o del malestar docente, la riqueza y la prosperidad económica aumentan (o aumentaban),  aunque efectivamente no para todos y no siempre. Las crisis son ocasiones propicias para la reflexión?

Se habla del fin de la educación humanista, uno de sus representantes más polémicos, el alemán Peter Sloterdijk hace unas consideraciones particularmente inquietantes en este sentido, apuntando una especie de distopía que sería el "parque humano".  Parece que el sentimiento de lo bello, la compasión, el amor espontáneo  por la naturaleza, el interés por lo sagrado, etc., van quedando relegados al ámbito de lo privado,  son afanes silenciados, apenas cultivados en la intimidad, a sabiendas que no tienen valor de cambio, y sobre los que poco a poco se va dejando de intercambiar en un diálogo (identificador) cuyos espacios no existen, pues la escuela en nuestro caso, o la universidad no los propician. La escuela y la universidad se han convertido en lugares de domesticación o entrenamiento de las normas del parque. Las pequeñas áreas de felicidad  y de expansión creativa quedan confinadas a espacios de ocio absolutamente artificiales, ni siquiera urbanos, pues se sitúan expresamente como parques en los extrarradios de la "polis",  espacios que no satisfacen y además generan dependencia consumista, a la vez que incrementan los espejos ficticios de sueños narcisistas.

Por ello, frente a la seria amenaza del parque humano y al pesimismo consecuente, me gustaría  resaltar el punto de vista  "sin ánimo de lucro" de Martha Nussbaum:  ella pone de relieve la necesidad  urgente de propiciar y estimular el estudio de las humanidades para mejorar la  salud democrática, desde los marcos escolares y universitarios institucionales,  en tanto que marcos vivos de  diálogo creador y fecundo, que  puedan servir como ámbito de reconocimiento recíproco y de aceptación de la vulnerabilidad  propia y la responsabilidad por el otro.

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