OPINIóN
Actualizado 11/05/2014
Paco Blanco Prieto

La presencia de ciudadanos deshonestos y mediocres en las cúpulas dirigentes, impuestos por partidos políticos en sus listas electorales, unido a la impunidad de sus fechorías e incompetencia para la gestión pública, es el origen de nuestros males.

Abierta la campaña electoral, conviene recordar que la ignorancia en unos casos, la indiferencia colectiva en otros y la amnesia histórica en la mayoría de ocasiones, nos hacen olvidar las consecuencias de sentar en las cúpulas de poder a personajillos mediocres, sin otro oficio que mirarse al espejo, encadenarse a la poltrona y someter la voluntad común a la propia, cayendo así sobre el pueblo el undécimo castigo bíblico como plaga de mediocres sobre la sociedad.

De la indiferencia electoral han sacado buen partido los pícaros sin escrúpulos que aterrizaron en los consejos de administración de las Cajas de Ahorro; los tunantes que administraban ingresos en los partidos; los sindicalistos que han herido a los sindicalistas; los politiqueros que hundieron a los políticos; los granujas que han perdido la memoria; los tunantes que tunean las cuentas bancarias; los descarados con cara de cemento armado; y los miles de "asesores" institucionales que pisan las alfombras.

Cuando la pobreza intelectual se une a la incompetencia, entonces surge el mediocre; pero si éste es codicioso, aparece el avaro; y combinando ambos con la tibieza moral obtenemos como fruto el corrupto, detestable sujeto que sujeta cuanto puede sujetar, desajustando lo que debía estar bien ajustado si no hubiera tanto mediocre sin ajustar.

Es la mediocridad madre predilecta de una época caracterizada por el engaño, la simulación, la farsa y la impunidad a que nos han llevado los faranduleros que pretenden enmascarar sus intereses personales con palabras que han perdido significado en el diccionario social y valor en la ética ciudadana, con actuaciones que han llegado a la incompetencia metafísica.

Desterremos los mediocres a las tinieblas y pongamos en su lugar a líderes honrados y capaces de impregnar entusiasmo, ilusión, competencia y trabajo a la sociedad, para vencer la desmoralización colectiva que nos abofetea el rostro del alma, porque los honestos y capaces son los únicos que pueden devolvernos todo lo robado impunemente, ante el silencio estupefacto de la mayoría.

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