OPINIóN
Actualizado 10/05/2014
José Ramón Serrano Piedecasas

Rubén trabajó primero en una cerámica cercana al Puente de Vallecas. Duró una semana. Un lugar que aún hoy recuerda con pesadumbre. Tenadas inhóspitas y sucias. En una zona se amasaba el barro, en otra, una vieja máquina cortaba la cinta oscura en bloques rectangulares que Rubén apilaba con sumo cuidado en una carretilla. A continuación depositaba su carga en otra zona donde se secaban unos días a la intemperie. También le tocaba volver a acarrearlos hasta los hornos y de allí, una vez cocido el ladrillo, hasta los camiones. Dura labor que se prolongaba diez horas diarias. Un compañero entrado en años le mira las manos y dice: "¡Vete de aquí muchacho!". Rubén mira interrogante a un joven que está cargando un camión. "Ese - y le señala con el mentón - esta huyendo de la justicia". Hacia las dos de la tarde el capataz hacía sonar una sirena. Una hora para echarse un bocado y una cabezada. Mientras come el bocadillo de tortilla, Rubén lee la hoja del Alcazar que lo envolvía: "En la bella fábrica que glosamos los productores se bañan, juegan al baloncesto, leen buenos libros, se restauran en comedores graciosamente decorados? pero también trabajan de firme". (Día: jueves 3 de agosto de 1961. Lugar: la Olivetti en Barcelona). ¡Afortunados productores! Nunca conocidos como obreros. Término sospechoso en aquella y aún en esta época de efímera prosperidad. Aquí ni siquiera se juega a las canicas, ni se lee, ni se toman duchas reconfortantes. Eso sí, se trabaja a destajo. En resumen, después de esas extenuantes jornadas miserablemente retribuidas, Rubén no podía con su alma. Así pues, sus manos limpias de callos, si bien llenas de ampollas, las traslada a otra fábrica. Yesería situada en las inmediaciones de la carretera que va de Madrid a Arganda del Rey. Decorados ya conocidos. Labor asignada: cargar camiones Pegaso, Bedford, Man, etc. de sacos de yeso. Treinta kilos cada bolsa. Dos mil trescientos kilos de tara y tres mil setecientos cincuenta de carga o lo que fuese. Detalles laborales: un productor  lleva sobre sus lomos los sacos hasta la caja del camión y el otro productor los estiba. Sea dicho de paso, siempre resultaba mas cómodo estar arriba que abajo. Luminosa idea.  Rubén solicita conducir uno de los camiones de la precaria fábrica.  Tiene el carnet de primera y conoce al dedillo el callejero (afirmación, esta última, relativamente falsa). Conciliábulo de sujetos no convocados por el interesado. A saber: capataz, conductor de uno de los camiones domésticos y viejo productor asimilado al sistema. El tribunal sonríe condescendiente. El conductor con plaza oficia de examinador. Mecánica: pregunta y respuesta correcta. Callejero: pregunta y respuesta correcta. Murmullos no exentos de sorpresa. El joven con gafas,  delgaducho y con pinta de escribiente aprueba el teórico. ¿Y el práctico? "A ver muchacho levanta por encima de tu cabeza esa rueda de repuesto" Inmensa, desaforada. Rubén se aferra a ella y...: "bailamos cachete con cachete"? Trastabilla, se tambalea, tropieza y se derrumba. Hasta ahí llegó. El Tribunal levanta la sesión satisfecho. Rubén debe buscarse otra salida profesional. Así es, emigra. La Gare du Nord en Paris, noviembre de mil novecientos sesenta y dos. Dos salas de espera para los viajeros. Una luminosa para los nativos. Otra con letrero que reza: "Seulement pour les espagnols et les portugais". Escaleras que descienden a una sala en la  que se instaló indignado y a sabiendas nuestro protagonista. Húmeda y oscura, con asientos de madera sin respaldo. Desierta. Los emigrantes con sus alpargatas y sus maletas de cartón prefieren quedarse en el andén esperando horas y horas. Imaginando que ese  insulto no va con ellos. Ayer españolitos con boinas y hoy españolitos de corbata. Ayer aquellos apenas sabían leer, hoy son universitarios. Ayer trabajaban en la Siemens, hoy sirven Kölsch en alguna cervecería del Altenmark en Köln.

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