Como hay una ciudad de luces y sombras, de encuentros y desencuentros, de mañanas y tardes, del día y de la noche y una ciudad del silencio, hay una ciudad de la melancolía, ciudad, sobre todas la ciudades posibles, que permanecerá en nosotros, sobre nuestra memoria, que nos habla del nunca y del siempre, soñada y amada, como el deseo eterno de permanecer en los recuerdos de cada jardín y cada plaza, en el amanecer y el atardecer del día y de la noche; ciudad de jardines con nombres escritos sobre bancos de piedras y esperas recordadas de amantes que vuelven con su nostalgia a solas a los pasos del jardín en que se amaron y hoy se desdibujan en la presencia imborrable de los días perdidos
Toda la ciudad destila amorosos recuerdos, porque la propia ciudad es amante y amada cuando el sol de la tarde dibuja un perfil soñado más allá de los días, de las distancias en los rincones que se hacen memoria y nunca olvido.
Y a esta ciudad de la melancolía se regresa cuando la tarde se hace refugio de soledad en un espacio infinito de sueños, entre los naufragios olvidados en los mares recordados del tiempo y de la lluvia.